Escrito por Ignacio Peyró
La reina Victoria llegó a sufragar “fuentes de la templanza” para la conversión acuática de los ingleses, pero ni los ánimos ni las admoniciones han logrado acabar con esa sed biológica que –según Pla- siente el ser humano. Aun así, tal vez convenga un último intento. Quien, como uno, ha adquirido, al modo de Saintsbury, “un cierto conocimiento del buen vino y un horror ilimitado por el malo”, tiene al menos la ligera autoridad que presta la experiencia a la hora de pontificar sobre la cuesta abajo vital que puede representar ese único ámbito de la vida donde la moderación no existe: el vino. Vayan, por tanto, unos motivados –y sufridos, ay- consejos, para que, la próxima vez que alguien le tiente con una cata, responda usted con la entereza de un padre del desierto. Al modo de los viejos catecismos, comenzaremos con una pregunta: ¿por qué no debe usted convertirse en un snob del vino?
1. Porque, a partir de ahora, todos sus dolores serán nada ante un nuevo dolor: el del sumiller que, escaleras arriba, corre con su viejo Burdeos y –horresco referens!- agita los posos. O el del camarero que trata su botella como si acabara de ganar el Gran Premio de Monza.
2. Porque hasta que logre usted aprender, va a tener que tragar cosas insufribles en el momento y vergonzantes en la memoria: cabernet “del desierto”, esos borgoñas que sirven por copas en los bares de París, pardina blanca fermentada en barrica... …Y porque cuando al fin adquiera una experiencia, será rápido para ver los defectos y sentir la decepción.
3. Porque quedará usted condenado a beber vino bueno: un gran vino para acompañar una gran comida; un vino agradable para salvar una comida –o una compañía- mediocre.
4. Porque a veces le preguntarán ¿qué vino regalo para quedar bien? Y no, no esperan oír: “hombre, con un Musigny de Leroy del 72 quedas como un tigre”.
5. Porque de pronto se sentirá un habitante del pasado. Imagine que tiene sesenta años: ¿para qué comprar Burdeos del 2009 u Oportos del 2011, que seguramente no llegue nunca a beber, y cuyo esplendor tan sólo podrá anticipar? Quedará usted condenado a vivir pendiente del retrovisor, allá por los setenta, los ochenta, los noventa…
6. Porque, muy para su bochorno, comenzará usted a ser ese hombre que siempre detestó: aquel que, en los restaurantes, se entrega a todo tipo de gestos ampulosos a la hora de probar el vino.
7. Porque tal vez, antes de darse a su pasión, usted fuera un hombre discreto. Y ahora, sin embargo, notará cómo le miran en los restaurantes cuando posen a su lado un decantador del tamaño de un águila imperial.
8. Porque, de pronto, palabras de uso corriente –variedad, casta, abrir, oxidación, degüelle- tendrán para usted un significado muy distinto.
9. Y, porque, a la inversa, a partir de un cierto momento tendrá que guardarse de desconcertar a los demás con alusiones al “pis de gato” o la “goma quemada”.
10. Porque el corchazo existe. Y sí, increíblemente, se ha cebado con su Latour del 82.
11. Porque sus relaciones se resentirán: se necesita mucho amor para aguantar con paciencia su media hora larga de cogitación ante la carta de vinos.
12. Porque usted tal vez quiera algo muy loable, como es hacer de su cava la obra de su vida. Sin embargo, de modo indefectible, hay un día en que los niños quieren jugar con la vertical de Le Bourg de papá. Y ya puede usted blindarla, que sus hijos tendrán más malignidad que su bodega llaves. El pensamiento de que, con su Mouton del 70, han elaborado el calimocho más excelso que se pueda imaginar no es algo que le vaya a aportar consuelo.
13. Porque se tendrá que vigilar en los compromisos sociales. Cuando le inviten a cenar, por ejemplo, insistirá en llevar una semana antes las botellas, “para que reposen”, y eso puede quedar raro. Del mismo modo, ha de saber que no en todas las casas tienen sacacorchos de lamas. La gente es más de Mahou.
14. Porque sus amigos sabrán de su afición, sí, pero como si sufriera usted una enfermedad extraña. Para tener un gesto, muchas veces, en cenas y comidas, le harán elegir el vino para todos, camino siempre infalible hacia el fracaso y, en ocasiones, también hacia el ridículo. Su conciencia se verá sometida a tortura: ¿Una Coulée de Serrant del 97, que es lo que usted quiere beber, o ese Barbadillo “helado” que pide todo el mundo? Es imposible –por gusto o por precio- no fallar. Y si acierta, claro, el mérito es del vino, no de quien lo pidió.
15. Porque tal vez esos amigos suyos de siempre empiecen a evitarle después de dos cenas en las que usted habla hora y media con el sumiller y media hora con su amigo.
16. Porque su sentido de la proporción se alterará. Por ejemplo, donde unos ven una locura -¡400 euros por un Tondonia blanco del 57!-, usted verá una ganga: ¡400 euros por un Tondonia blanco del 57!
17. Porque, en materia de vino, siempre buscará el grial, tan sólo para saber que no existe. O algo mucho peor: que no puede pagarlo.
18. Porque, al aficionarse al vino, descubrirá usted que su voluptuosidad está enfrentada a su paciencia: no, ese Clos du Mesnil del 2000 no está hecho, y el del 92 debe afinarse todavía. Siempre pensará usted comprar para guardar… y siempre terminará sin guardar para beber.
19. Porque tendrá usted clara conciencia de una cosa: con el tiempo que le va a llevar conocer bien la Borgoña, bien podía haber aprovechado para hacerse registrador de la propiedad y comprarse toda la Borgoña.
20. Porque tendrá una nueva relación con el clima, raras aprensiones. Si a finales de septiembre da en llover en Pinhao, su corazón llorará de gozo: ¡es la marca de las grandes añadas! Si, por el contrario, sabe de un granizo primaveral en el Médoc, ese mismo corazón se arrugará de angustia.
21. Porque se convertirá usted en experto en materias harto sorprendentes. Por ejemplo, la meteorología histórica: ¡lo que no podrá usted decir del año de “la canicule”, de 2003! También, la geografía desconocida: ¡lo que no sabrá usted de la exposición sur del Clos des Goisses!
22. Porque se convertirá usted en un ser lo suficientemente despreciable como para mirar por encima del hombro a quien no pronuncie “Mon-ra-cha” al decir “Montrachet”.
23. Porque no sólo usted probará la paciencia de sus amigos: también ellos probarán la suya. Todo el mundo va a decirle que acaba de probar un vino que le encanta pero, “ay, cómo se llamaba”. O, peor aún, “sólo me acuerdo de que tenía una etiqueta así como blanca”.
24. Porque de pronto usted, en una conversación normal, comenzará a desgranar con aplomo los muchos méritos de Ramonet, para que alguien tercie y diga: “a mí lo que me encanta es el Viña Mayor. Tienes que probarlo”.
25. Porque en cualquier cena, acto o festejo, con tal de que haya buen vino, lo pondrá usted. Eso es un quebranto económico, sin duda. Pero es peor el quebranto para su reputación cuando intente acapararlo.
26. Porque se verá usted sometido a extrañas tensiones. De pronto, probar un Ausone del 62 dejará de ser un amable ensueño para convertirse en imperativo categórico en conciencia.
27. Porque empezará usted a juzgar los años no por lo que pasó en la Historia, sino por lo que pasó en el vino: el 82, por ejemplo, ganó Felipe González, pero sobre todo, ¡qué vino hizo Martínez Lacuesta! Encore, lo peor de todo será su mirada de envidia a quien haya nacido en el 47, en el 70…
28. Porque usted ignorará la ira que le bulle por dentro hasta que no tope con el sumiller equivocado.
29. Porque puede usted terminar escribiendo artículos como este.
30. Y porque, aun así, le merecerá la pena.
[Fuente: www.fronterad.com]
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