Como en ‘La culta latiniparla’ de Quevedo, proponemos el regreso de vocablos antiguos para enriquecer el habla cotidiana. Por ejemplo, no diga ‘hostia’, sino ‘cáspita’ o ‘caramba’.
No hay más que meterse en internet para darse cuenta de que el lenguaje, tal como lo habíamos conocido, está tocado de muerte. No es únicamente una cuestión de ortografía, que esa es ya una batalla perdida -cada día, como colectivo, escribimos de manera peor, paupérrima, perezosísima-, sino sobre todo de vocabulario. ¡Por los clavos de Cristo, si hogaño ya no maneja el diccionario con destreza ni el más docto de los bachilleres! Estamos perdiendo palabras en nuestras conversaciones con una velocidad alarmante, y a este paso no tardará en llegar el día en el que tengamos un móvil de ultimísima generación y, por el contrario, nos comuniquemos con el prójimo con graznidos guturales más propios de un homínido o de un conserje de FAES. Con tal fin, y confiando en que esta invectiva contra el magín perezoso no caiga en saco roto, proponemos, como hiciera Quevedo en su opúsculo satírico La culta latiniparla (“en lugar de ventosidades dirá: tengo Éolos o céfiros infectos”) una primera entrega de un pequeño diccionario de slang (argot, jerga, jerigonza) de términos antiguos del castellano, ya sean culto, coloquial, caló o cheli, que vale la pena recuperar para insertar, cual alfanje en las tripas de un infiel, en nuestras conversaciones diarias. Utilizando este léxico depurado, te garantizamos un 93% de éxito en tus intentos de coito. Adelante.
1. Cáspita
Cuando expresamos admiración ante un hecho o acontecimiento que nos provoca estupor o grata sorpresa, conviene abandonar palabras como ‘¡hala!’ (hala siempre con hache, como en ‘¡hala Madrid!’), ‘guay’ o cualquiera de sus variantes. Es mucho más sonoro y satisfactorio para el maxilar, por lo de entrenamiento muscular que le reporta, utilizar expresiones en desuso como ‘cáspita’, cuyo placer está en la acentuación esdrújula, su medida longitud y la aliteración de la vocal A. En caso de filigrana, también se acepta ‘caramba’, ‘carámbanos’, ‘carape’, ‘córcholis’ -y sus variantes, ‘corcho’ y ‘recórcholis’- o ‘pardiez’ -que no recomendamos del todo porque, como travestí, viene del francés-. Pero en ningún caso ‘la hostia’, que está muy trillado.
2. Fetén
Basta ya de ‘guay’, ‘guapo’, ‘molón’ y demás modismos sobados. Para decir que algo nos agrada por sus bellas proporciones, su graciosa elegancia o su cuidada perfección, diremos que está o ha quedado ‘níquel’ o que está ‘fetén’, vocablo del habla castiza que en la meseta todavía se utiliza como dios manda, pero no entre la juventud ni entre los habitantes de la periferia.
3. Tronco
Para referirse al prójimo de manera amistosa siempre se ha usado la expresión ‘tronco’ o ‘tronca’, hasta que llegaron los policías del buen gusto y empezaron a sustituir la palabra por alocuciones menos poderosas como ‘nen’, ‘nano’ y ‘tito’, que no sólo atufan a periferia catalano-valenciana, sino que se vinculan de tal manera con personajes tipo Rafa Mora o Buenafuente que mejor desterrar de nuestro lenguaje. Así, ¿por qué no reactivar el ‘tronco’, que no sólo tiene una potencia explosiva, sino que nos vincula con nuestro pasado vegetal? Decirle tronco a alguien es mejor que decir ‘tío’ o ‘tía’, da igual que se vincule demasiado con el rock cervecero y las melenas, hay que volver a hacer atractivo el uso del tronco para así preparar el camino para la auténtica maravilla del saludo entre personas ingeniosas: ‘qué pasa, cacho carne’.
4. Calavera
Mucho mejor que ‘crápula’ y mucho mejor que ‘pieza’, y aunque suene a palabra incrustada en un verso de mierda de Joaquín Sabina, deberíamos recuperar el uso del concepto ‘calavera’ para hablar de todas esas personas que follan por los descosidos, se enzarzan en peleas, beben como cosacos, fuman como carreteros, escupen como cocheros y juran en hebreo. Ahora que tenemos en un altar a tipos humanos como el ‘follador’ -el triunfador sexual- o el mangante, que es la evolución natural del pícaro del XVI (aunque en vez de robar, es mejor decir chirlar, afanar y/o guindar), habría que recuperar el uso de la palabra ‘calavera’, al estilo de los romances del Duque de Rivas, para señalar a toda esa gente que hace de la mala vida un estilo de ídem.
5. Peluco
Como ahora todo el mundo consulta la hora en el móvil, el uso del reloj de pulsera se ha vuelto altamente impopular, y eso implica que la denominación cheli del reloj (que no es reló, como en las novelas de Pío Baroja, sino otra cosa) se está perdiendo. Sería una lástima, pues no hay palabra más jocunda en el castellano de la calle (Montera) que ‘peluco’, con la que denominamos al reloj. No tengo clara la etimología del peluco, pero suena rematadamente bien, no tanto como ‘espelunca’ (que es la manera antigua y latinizada de referirse a las cuevas, por si alguna vez te habías preguntado de dónde viene lo de ‘espeleología’), pero casi. Para quien quiera profundizar en las variedades idiomáticas del peluco, si además es ‘decolorao’, es que es de oro. O sea, un Rolex.
6. Baranda
Baranda es el que manda, en léxico caló. No estamos hablando de una pieza de metal para apoyarse en los balcones, sino del señor que desde las alturas maneja la situación y dirige el cotarro, así que el hombre de la baranda es, por metonimia, el baranda, el capo, el mandamás, la autoridad competente, el mafias, o sea, aquel con el que no conviene meterse en problemas. Es una pena que se vaya perdiendo la jerga de los gitanos, de la que es tan abundante la prosa de Raúl del Pozo: algunas palabras las tenemos todavía ahí, aunque no sepamos que sean caló (camelar por engañar; canguelo por miedo; bujarra por homosexual; biruji por rasca, o sea, por frío; y qué decir de paripé o molar), y otras las estamos perdiendo a marchas forzadas: churumbel para referirse al hijo pequeño, que es lo mismo que decir zagal, así como fetén (véase el punto 1), parné por dinero, etc. Aunque ninguna palabra gitana superará jamás a la gran obra maestra de la jerga caló: hablamos nada menos que de ‘la pestañí’, o sea, la Guardia Civil, o sea, la benemérita.
7. Vestiglo
A quien no haya leído el Quijote esta palabra no sólo le suena fonéticamente complicada, sino además exenta de significado: vestiglo es una especie de monstruo -que es lo que ve el de la Mancha en los molinos, por ejemplo-, y es una palabra de rancio pasado y actualidad inexistente, que sirve mucho para insultar por la calle sin que la gente sepa muy bien qué les estás diciendo. En vez de gilipollas, llama vestiglo al transeúnte que merezca escarnio. En vez de ‘tú sí que eres fea, so cabrona’ cuando te llamen ‘monstruo’ en su acepción torera o flamenca, como en el gag de Martes y Trece de Paca Carmona, diga usted ‘eres un vestiglo’, que es lo mismo que ‘eres más feo que Picio’, pero con filo críptico. No hay mayor placer que soltar palabras con hondo significado a personas que nunca entenderán lo que estás diciéndoles, porque a la perplejidad se suma la confusión y esa sensación terrible de que igual te están tomando el pelo. Es lo que le pasó una vez a Aznar cuando, en el Congreso, Felipe González le llamó ‘marmolillo’. Vaya risas.
[Fuente: www.playgroundmag.net]
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