Análisis de Mario Osava
- Un grupo de jóvenes destapó las corrientes subterráneas de la indignación urbana en Brasil, al tocar un nervio incómodo de todas las grandes e incluso medianas ciudades del país como es el deterioro de la circulación y la calidad de vida.
Es una probable explicación para el torrente de protestas que movilizó el jueves 20 cerca de un millón de personas en un centenar de ciudades, incluyendo Brasilia y casi todas las 26 capitales estaduales. El aumento de los pasajes de autobús a comienzos de este mes operó como detonante de la rebelión juvenil, mayoritariamente estudiantil, que se extendió a amplios sectores de la sociedad.
El deterioro del transporte urbano de pasajeros sintetiza los derechos incumplidos y la dignidad ofendida por los servicios públicos que no corresponden al precio pagado por los brasileños.
Mario Miranda Gouveia se jubiló a los 61 años porque ya no soportaba las cuatro a seis horas que sufría diariamente en el autobús para recorrer apenas 50 kilómetros desde Campo Grande, el barrio del extremo oeste de Río de Janeiro donde vive desde hace 15 años, al centro de la ciudad donde trabajaba.
Aunque deseaba seguir siendo funcionario medio de la fundación estatal de fomento a la investigación científica, Gouveia desistió hace dos meses. “Era horrible, salía a las seis de la mañana y a veces solo llegaba a las nueve y media” a la oficina, narró. Además de la incomodidad de viajar parado, a veces en vehículos con asientos destruidos.
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