Jaroslav Seifert recibió el galardón en 1984, pero creía que otros escritores checos lo merecían más que él
Mi interés por lo sucedido alrededor del Nobel me llevó, hace un par de semanas, a investigar en Praga, donde durante todo el verano y parte del otoño del presente año las revistas y los periódicos checos dedicaban páginas y suplementos al escritor checo-francés. Hojeando la prensa caí sobre un artículo revelador, Milan Kundera y la disidencia, publicado en el semanario praguense Echo. Su autor es Milan Uhde, antiguo disidente del comunismo, dramaturgo y político en la época democrática, amigo personal de Kundera. La exmujer de Uhde es la directora de Atlantis, la editorial checa donde Kundera publicaba.
El autor del artículo ve la primera señal de desavenencia entre ambas partes no tanto en la polémica Havel-Kundera como en el hecho de que Kundera, a partir de los años sesenta, reconocido en su país y en Francia por su primera novela, La broma (1967), envió su segunda novela, La vida está en otra parte (1969), al editor francés Gallimard en vez de publicarla en la editorial clandestina de los disidentes checos, Petlice.
Pero lo que más incomodó a los disidentes fue el hecho de que cuando en 1980 (cinco años después de que Kundera se exiliara en París), tras la publicación de El libro de la risa y el olvido, Kundera fue entrevistado por el escritor Philip Roth, el autor checo-francés se inventó más de una mistificación bajo la que ocultó su verdadera vida: dijo que en su país había sido un desconocido (cuando era una celebridad) y que allí se ganaba la vida como pianista en un bar (cuando se la ganaba, como autor prohibido por el régimen, elaborando horóscopos bajo un nombre ficticio). Quien conoce a Kundera y su obra sabe que la ironía, la broma y la mistificación forman parte de su manera de ver el mundo. Sin embargo, esta explicación parecería frívola a los disidentes ―esos opositores a los que el régimen totalitario llevó a formar un gueto al margen de la sociedad y muchos de los cuales sufrieron prisión y torturas―, cuya consigna era “la verdad contra la mentira totalitaria”. De modo que los disidentes se tomaron dicha entrevista a mal. Tan mal que, cuando en 1984 la Academia Sueca puso a Kundera en un lugar prominente de su lista de candidatos al Nobel de literatura, ellos, preocupados porque Kundera los silenciara, a ellos y a su lucha, en su discurso de aceptación del premio, propusieron a su propio candidato: al poeta Jaroslav Seifert, en aquella época ingresado en un hospital a sus 83 años.
Uhde cuenta en su artículo que “Václav Havel, en una reunión con sus colegas disidentes, dejó de informar a estos sobre el hecho de que, si firmaban la petición a favor de Seifert, eso significaría que Kundera quedaría automáticamente excluido como candidato al Nobel”. Además de la declaración de Uhde existe otro testimonio, el de la escritora Sylvie Richterová, que afirma lo mismo: Havel entonces presentó una candidatura recomendando a Seifert para el premio; en su propuesta, el disidente alegaba que al autor de La insoportable levedad del ser (novela que desgrana la vida de una pareja aniquilada por el régimen totalitario), “le daba igual todo” (todo lo que tenía que ver con la disidencia y el régimen).
El resultado es conocido: en 1984, Jaroslav Seifert recibió el Premio Nobel de literatura. Cuando, tras conocerse como premiado, EL PAÍS me envió a Praga para entrevistar al poeta, este me confesó que creía que otros escritores checos hubieran merecido el premio más que él y que, achacoso como estaba, no podría hacer un buen uso del dinero recibido. Por culpa de su enfermedad, en Estocolmo recogió el galardón la hija del poeta, que además leyó el discurso del Nobel (redactado por un familiar), un discurso que tampoco habló de los disidentes ni ayudó a nadie.
De esta manera, los disidentes checos echaron a perder su posible mención ante el mundo (la cual, me atrevo a decir, Kundera hubiera hecho). Y es por eso que Kundera se quedó sin el Premio Nobel.
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