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El 'Diccionario' define el término
como “turista extranjero”, pero no se lo aplicaríamos nunca a un uruguayo
Dos turistas
miran postales en un quiosco de la Rambla.
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
El verano aumenta las
temperaturas y también el uso del vocablo “guiri”, que el Diccionario define con
sólo dos palabras: “Turista extranjero”. Pero ¿es eso lo que entendemos por
“guiri”?
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“Mira,
niño, dame unas cervezas para los guiris de la mesa ocho”. “Vaya cómo se ha
puesto de colorado ese guiri”. “Intenté ligar con una guiri pero no le entendía
nada”. “Menuda algarabía están montando los guiris de la habitación de al
lado”. “Las guiris vienen mucho a esta tienda”.
Lo siento, son los ejemplos que
han surgido a bote pronto. Habría de esforzarme mucho para imaginar contextos
diferentes, y (ay) poco verosímiles: “Los guiris que cenaron aquí se tomaron un
rioja gran reserva”. “Un guiri llegó ayer en patera”. “Me preguntó una guiri
boliviana por dónde se iba”. “Los guiris de la habitación de al lado escuchaban
ópera”.
Porque la palabra “guiri” ha ido
acumulando connotaciones y exclusiones que no aparecen reflejadas en la escueta
definición del Diccionario.
¿Llamamos “guiri” a un turista
uruguayo, que es por tanto un “turista extranjero”? Quizás no, porque
identificamos “guiri” con alguien que no habla español. Entonces, ¿un italiano
puntúa como guiri? Pues tampoco, porque un italiano es como de la familia,
igual que un portugués o una brasileña. ¿Consideramos “guiri” a un africano
negro? De ningún modo: el guiri o la guiri deben ponerse colorados en cuanto se
tumban al sol. ¿Acaso es guiri un ser silencioso que se acuesta poco después
del ocaso? Tampoco encaja. ¿Es el “guiri” un exquisito en gustos poco dado al
chiringuito porque prefiere un restaurante de lujo? Más bien no.
El vocablo “guiri” entró en el Diccionario en 1925, pero referido al nombre con
el que los carlistas del siglo XIX llamaban a los
partidarios de la reina Cristina. Se supone procedente del vasco guiristino, alteración fonética de “cristino”. El
euskera tiende a rechazar las consonantes sordas iniciales y en especial los
grupos en los que aparece una erre; por eso en vez de “cruz” escoge gurutz (Alvar Ezquerra, 1994). Y los carlistas veían a
sus adversarios como extranjeros, lo que lleva a establecer tal relación
mediante el acortamiento de guiristino.
Hasta 1984 no añadió la
Academia esa acepción concerniente al turista que nos visita, a la que quizás
convendría incorporar la marca de “españolismo” (pues apenas se oye en
América).
Ha pasado poco tiempo aún para
que se asiente entre nosotros. Pero ya podemos conjeturar algunos rasgos
constantes: los “guiris” hablan inglés, francés o alemán (el japonés se halla
en lista de espera); con el sol español pasan de blancos a pieles rojas; se
excluye del término a las personas de raza negra; no suelen mostrar gustos
exquisitos y ejercen sus actividades culturales, si acaso, lejos de nosotros.
Los diccionarios discuten sobre
marcar o no el término como despectivo. La Academia no lo hace, la edición de
2007 del María Moliner dice que lo es “a veces”, y el Seco lo considera sólo como “jergal”.
No sé. Quizá sea despectivo el
plural, y no el singular: los guiris en grupo dan la brasa, pero el guiri
aislado nos merece compasión, le ayudamos complacidos si pide ayuda. Y el guiri
varón puede ser gordo y bruto, mientras que la guiri, sobre todo si está sola,
forma parte de cierto imaginario: esbelta, rubia…, casi casi una “sueca”.
Podemos pedirle algo más al Diccionario, pero antes habremos de saber que sus
definiciones son sólo la puerta por la que se entra en los contextos de las
palabras.
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[Foto: ALBERT GARCIA
– fuente: www.elpais.com]
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