Según Enrique Cadícamo, el autor de la letra de un
célebre tango que inmortalizó Gardel, “al mundo le falta un tornillo”. Parece,
sin embargo, que el tal tornillo perdido es de origen humano.
Escrito por Luis C.
Turiansky
Que los males que hoy aquejan a la humanidad son producto del sistema
económico-social dominante parece ser una verdad generalmente reconocida. Ahora
bien, son los hombres y mujeres de la especie humana los creadores de los
sistemas económicos y sociales y ellos mismos pueden cambiarlos[1]. Solo que actualmente no saben
cómo.
Esta es la principal paradoja que hay que resolver para poder avanzar.
Hoy coinciden autores de las más variadas tendencias y creencias en que la
forma alcanzada por el capitalismo rampante y global es nefasta y que, si no se
la cambia, conducirá inexorablemente a una catástrofe igualmente global, que
podría significar el fin de la civilización como tal, o incluso el de gran
parte de la vida sobre el planeta Tierra. Todos concluyen en que el mundo está
enfermo y señalan al germen patógeno: el capitalismo
global en decadencia.
En cambio, muy pocos han completado el cuadro con propuestas de salida.
No hay un Marx que sintetice el análisis de la sociedad actual y deduzca del
mismo los postulados de su transformación. Hay sí intentos (de alto valor
algunos de ellos) de rescatar de la obra del genio de Tréveris y sus sucesores
los aspectos que mejor se acomodan a nuestra experiencia cotidiana (que, por
cierto, suman una cantidad respetable).
Esta falta de respuestas globales se debe a que, quiérase o no, la
experiencia histórica del desaparecido socialismo “real” fue en su momento el
único punto de referencia, ya sea para trasladarlo como modelo a otras
latitudes o para criticarlo y repudiarlo. Su derrota histórica entre 1989 y
1991 dejó un vacío que las nuevas generaciones no fueron capaces de llenar,
mientras la generación comprometida con el modelo fenecido tampoco fue capaz,
salvo excepciones, de explicar sus fallos. En consecuencia, solo reinó la
perplejidad, mientras la globalización del sistema se imponía casi sin
encontrar resistencia.
De ahí por qué un trabajo distinto, como el que comenta nuestro compañero
Fernando Rama en el número 127 de vadenuevo (La senectud de
la democracia, 3.4.2019) produce satisfacción. Bienvenido
sea, porque esfuerzos como el del helenista asturiano Pedro Olalla al traer a
la discusión el tema de la democracia como
fundamento de toda reforma del sistema político (y a la vez modelo fetiche
tantas veces utilizado para disfrazar regímenes corruptos), pueden significar
un avance en la búsqueda de los caminos de redención que urgentemente
necesitamos.
Un número antes, con más humildad pero no por ello con menos convicción,
Gualberto Trelles Goldenberg preconizaba en La política del
bien común (vadenuevo nº 126,
6.3.2019) la reorientación de la economía a las necesidades del hombre en lugar de centrarse
exclusivamente en la ganancia y la rentabilidad. En este contexto, ambos
autores tocaron también los temas de la renta universal y de la reducción de la
jornada laboral, que yo mismo traté en diversas oportunidades. Como se ve, los
lectores de nuestra revista interesados en la temática no pueden quejarse, ya
que abunda el material para la reflexión, y tampoco faltan algunas propuestas
concretas de cara al futuro.
Lo que sigue brillando por su ausencia, sin embargo, son referencias a
la herramienta fundamental: los objetivos para la acción y los métodos de lucha
para lograrlos. Sin ellos, la espontaneidad y pluralismo de las luchas
reivindicativas en favor de las reformas sociales en el mundo, con toda su
variedad pero con escasa coordinación, no permiten avanzar y, al cabo de cierto
tiempo, se van de la escena.[2]
ALGUNOS TABÚES
Rousbeh Taheri es un joven berlinés de origen iraní que ha conseguido
movilizar a miles de sus congéneres en torno a un grave problema que afecta a
la capital alemana, el de la escasez de viviendas a precios asequibles. Esto
está vinculado a un fenómeno particular que tuvo lugar después de la caída del
Muro de Berlín: la privatización de los grandes bloques de viviendas de
alquiler construidos durante el régimen de la RDA y que todo el mundo puede hoy
admirar o vilipendiar según los gustos, por ejemplo en la famosa Avenida Karl
Marx. Un poderoso consorcio financiero con nombre de revista de diseño, Deutsche
Wohnen (La vivienda alemana), fue el que más acaparó los conjuntos de
vivienda ofrecidos por la municipalidad, e inmediatamente comenzó a aplicar
precios de mercado, por lo general impagables por sus inquilinos habituales y
para la gran mayoría de berlineses. En consecuencia, casi todos estos
apartamentos permanecen vacíos, mientras crece la necesidad de un techo para
muchos habitantes de la capital de uno de los países más ricos del mundo.
Para resolver esta contradicción, Taheri y sus compañeros reclaman sin
más la nacionalización de las viviendas vacías y su devolución a las
autoridades municipales para paliar el gran problema de la escasez de vivienda,
sobre todo entre los jóvenes. Cuando un periodista le preguntó maliciosamente:
“¿Pero eso no es lucha de clases?”, él contestó: “Sí lo es, pero
nosotros no empezamos”.
Es que en los ex países socialistas el término ʺlucha de clases“ suena
como una mala palabra después de décadas de prédica machacona coronada incluso
por actos legislativos,[3] como si la lucha de clases fuese
un simple invento táctico de los comunistas y corrientes similares.
Aun sin haber pasado por la experiencia frustrante de un modelo de
socialismo no deseado, también en nuestro país existe cierto temor a hablar del
tema, y los gobiernos de izquierda no soportan que los sindicatos actúen por su
cuenta y organicen huelgas. Es hora de comprender que el tránsito pacífico a
otra sociedad no excluye la lucha reivindicativa, y que el objetivo no es
únicamente la conservación y el saneamiento del capitalismo, sino su superación.
Es en este contexto que hay que ver también el proyecto de renta universal,
el cual, como bien extrae Fernando Rama del trabajo de Olalla, “no es
subsidio ni beneficencia sino el reconocimiento de su participación legítima en
la riqueza común”. En una palabra, no es un acto de caridad sino de
justicia. Por esta razón se reserva a todos por igual, incluidos los ricos.
Podemos ir más lejos aún, si partimos del porqué del aumento de la
riqueza de unos pocos en detrimento de las mayorías. Me permito al respecto
volver al informe conjunto de la OIT, la OCDE y el Grupo del Banco Mundial,
presentado en 2014 a la Reunión Ministerial del Grupo G20 sobre
Trabajo y Empleo en Melbourne, Australia, cuyo gráfico comparativo del aumento
de la productividad en relación con el salario medio real figura en ¿Del pasado
tabla rasa?, vadenuevo nº 91, 6.4.2016.
Lo reproduzco aquí:

Puede verse cómo el aumento del índice de productividad del trabajo
(línea azul)[4] desde 1999 no cesa de
dispararse con respecto al salario medio real en el mismo período (línea roja).
Esta diferencia, que no aparece en la nómina de pago del trabajador, es lo que
permite al empleador sacar ganancias cada vez más jugosas de su inversión pese
a la conocida tesis de Marx sobre la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia líquida. Es que por otro lado consigue aumentar la “plusvalía”, o sea la parte
del producto que queda en poder de los dueños del capital.
Como además estamos en presencia de una concentración sin precedente de
la riqueza en pocas manos, la brecha entre una minoría privilegiada[5] y el resto de la humanidad se
vuelve inadmisible y es una afrenta a la dignidad humana. Por consiguiente,
reclamar una parte, aunque sea mínima, de dicha plusvalía para financiar la
renta universal, por ejemplo mediante una reforma
tributaria, no sería más que exigir la
devolución de una fracción del valor producido por toda la sociedad y apropiado
por los capitalistas, y destinarla a solventar las necesidades más apremiantes,
asegurando un ingreso mínimo para todos.
Las cifras que se manejan sobre la concentración de la riqueza por
organismos independientes como Oxfam van en apoyo de tal medida. Téngase
presente que no se trata de expropiar a la burguesía ni de suprimir la
plusvalía como tal. Lo primero no está en el tapete y lo segundo es imposible:
el intento soviético en tal sentido no tuvo éxito, entre otras cosas porque la
estatización de la economía tan solo trasladó la plusvalía de la esfera privada
a la estatal, sin que el trabajador sintiera diferencia alguna.
Pero la concentración sin precedente de la riqueza a la que hoy
asistimos justificaría tal “impuesto a la plusvalía”. El mismo sería,
además, un acto eminentemente democrático.
DE GRECIA A NUESTROS DÍAS
Pedro Olalla, el autor que comenta Fernando Rama en su reseña, es un
estudioso de la cultura griega y un admirador de su legado, lo cual no tiene
nada de sorprendente. Su devoción por la democracia clásica ateniense tampoco
es un caso único. Toda nuestra educación liberal en el siglo XX estuvo
inspirada por el modelo de Clístenes y Pericles, las asambleas populares y el
voto igualitario de todos los varones libres nacidos en tierra ateniense. Se
aceptaba como un defecto propio de aquella cultura que las mujeres, los
esclavos y los inmigrantes estuviesen excluidos. Al fin y al cabo, tampoco
nuestra Constitución de 1830 había suprimido la esclavitud y no solo las
mujeres no podían votar, tampoco estaban habilitados los analfabetos ni los
pobres que no pudiesen demostrar la posesión de alguna propiedad.
Llama por eso la atención que aún hoy siga teniendo prevalencia en la
política el modelo de la Atenas de los siglos VI y V A.C. como
el prototipo de democracia. En el fondo, se refleja aquí la tradición platónica
del Estado como construcción intelectual por encima de las clases sociales y
sus respectivas relaciones antagónicas o de tolerancia mutua, plasmadas en un “contrato
social”.
La democracia que necesitamos debería ser una ampliación y
profundización de la que ya tenemos, abarcando también las relaciones económicas.
En una palabra, si se quiere una solución de fondo, ella solo es posible en
una revolución. Y aquí nos topamos con otro tabú, no menos temible que el de la lucha
de clases. Tampoco nos está permitido hablar de revolución, tanto han calado en
las mentes la interpretación oficial de la violencia que acompañó a las
revoluciones del siglo XX.
Pero “revolución” no significa necesariamente terror revolucionario y
matanzas. Al fin y al cabo, nadie se escandaliza cuando oye hablar de
revolución industrial, tecnológica o sexual, por ejemplo. En un plano general,
revolución es todo cambio profundo de las relaciones, el paso radical
de un modo de pensar a otro (gracias, Gramsci) y su grado de violencia
sólo depende de la resistencia de las fuerzas retrógradas.
En cambio, es un hecho que no estamos solos en el mundo. La medida de
referencia, la renta universal en cuestión afectará a la inversión extranjera,
los empresarios que queden limitarán la producción para evitar los impuestos,
habrá desocupación, aumentará el descontento, los supermercados lucirán
góndolas vacías, cundirá el hambre y la oposición ganará terreno. Con algunas
variantes propias de tradiciones e idiosincrasias diferentes, tendremos el
cuadro de Venezuela. Da miedo, ¿no?
EL SHOW DE LAS IDEAS
Sin embargo, a diferencia de la época triunfalista tras la caída del
Muro de Berlín y la disolución del bloque soviético, en que se hablaba de “fin
de la historia”, hoy todo el mundo habla de “fin del capitalismo”.
Es cierto que con ello muchos piensan solo en la globalización neoliberal y el
poder excesivo del capital financiero y menos en la esencia del capitalismo
como tal, o sea la propiedad privada de los medios de producción y la
plusvalía, pero es sin duda un cambio cualitativo del sentimiento de rechazo provocado
por la desigualdad sin precedente a la que asistimos.
Por otra parte los magnates de la comunicación son conscientes de la
atracción que suscita el tema y no dudan en convertir los debates en
espectáculo: tal la difusión en directo por todo el mundo de la reciente
polémica pública entre el filósofo de izquierda esloveno Slavoj Zizek y el
ultraderechista sicólogo canadiense Jordan Peterson, que con el llamativo
título “La felicidad: Marxismo vs. Capitalismo” tuvo lugar en Toronto,
Canadá, el pasado 19 de abril.
Cabe esperar un incremento de este interés como consecuencia del temor
que produce la perspectiva de la robotización. En efecto, si la misma puede traer por un lado un aumento
extraordinario de la productividad, por el otro produce escalofríos la
desocupación en masa de la mano de obra humana que el fenómeno trae consigo.
¿Se cumplirán las predicciones de la ciencia-ficción acerca de la
marginalización de la masa de pobres, convertidos en parias vagando por las
tierras despobladas, dejadas a disposición por la alta concentración urbana de
complejos residenciales protegidos?
No, el capitalismo no se va a conformar con producir solamente para los
ricos, que por otra parte son cada vez menos, tendrá que buscar salidas para
proteger la capacidad de compra del mercado y una de ellas, tal vez la más
simple, es la de aceptar la idea de la renta universal financiada por una parte
de la plusvalía. [6] La otra, que ya se está
poniendo en práctica en algunos sectores industriales más desarrollados, es
la reducción de la jornada
laboral, desde luego sin reducción
del salario. Ya se habla seriamente de una semana de 32 horas.
Puede ser entonces que nos acerquemos, de forma muy distinta a como lo
imaginaban los pensadores sociales del pasado, al sueño ancestral de la
liberación del yugo laboral, en que sería posible "cazar por la mañana,
criar ganado por la tarde y escribir críticas a la hora de la cena sin por ello
convertirse en cazador, ganadero ni crítico profesional".[7]
La formulación económica está intrínseca en el gráfico de más arriba: se
trata de gravar los capitales excedentes o no utilizados, definidos como la
diferencia entre la productividad del trabajo y el salario
medio, probablemente expresado para cada empresa en particular.[8]
Podríamos llamarlo “impuesto al
valor excedente (IVE)”. Basándome en
las definiciones de las magnitudes del gráfico citado me permito expresarlo
mediante la fórmula matemática siguiente:
IVE = x.n.(PIBemp / 100) - MO
donde x es el monto porcentual a negociar, n es el número de empleados
involucrados, PIBemp el índice nacional de producto interno bruto por persona
empleada y MO el costo global de la mano de obra de la empresa del caso. Se
supone que el monto de la renta universal no debería ser inferior al mínimo
vital.
Ahora será cuestión de convencer a la cúspide privilegiada de la
pirámide social que ellos también están interesados en preservar la
civilización humana. O bien convertir esta ecuación en una consigna de lucha.
[1] Seamos justos, la
mujer ha tenido desde el neolítico escasa responsabilidad en la conformación de
los sistemas políticos y la implantación del Estado en las sociedades clasistas
y solo desde hace poco se ha lanzado como grupo social específico a la
conquista de un lugar propio en la historia.
[2] Una excepción son
las acciones de protesta apadrinadas por estructuras ocultas con fines
estratégicos de orden geopolítico. Estos movimientos utilizan todos métodos
parecidos entre sí que se repiten, ya sea en Ucrania, Georgia, Brasil o
Venezuela.
[3] En el Código Penal
checo, por ejemplo, alguien ha sumado a las figuras típicas de la protección de
los derechos humanos la prohibición expresa de la lucha de clases al establecer
que “quien promueva el odio por motivos de raza, grupo
étnico, nacionalidad, religión o clase social será castigado con pena de
prisión de uno a cinco años“ (negritas
agregadas por mí).
[4] Definida por los
autores como “la fracción del
PIB por persona empleada, en dólares de 2005”.
[5] Generalmente
referida como el 1% de la población mundial.
[6] Nos referimos a la
forma más radical, financiada por el capital, no a los proyectos que de vez en
cuando aparecen, de subsidios basados en la supresión de la seguridad social.
[7] K. Marx, "Ludwig Feuerbach y la ideología alemana", 1846.
[8] Entiéndase, ya
sean públicas o privadas, ya que los gobiernos, cuando son empleadores, también
deberían contribuir. Los empleadores podrían pagar menos impuestos aumentando
los salarios, lo cual no deja de ser un incentivo económico.
[Fuente:
www.vadenuevo.com.uy]
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