Las
técnicas para mentir y controlar las opiniones se han perfeccionado en la era
de la posverdad: nada más eficaz que un engaño basado en verdades, o envuelto
sutilmente en ellas
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
La era de la posverdad es en realidad la era del engaño y
de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la
masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos
prosperen.
La mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y
mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por
una verdad. Parece una contradicción, pero no lo es. Se analizará a continuación cómo puede
ocurrir eso.
La posmentira
Hoy en día todo es verificable, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin
embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la
insistencia en la aseveración falsa, pese a los desmentidos fiables; y la
descalificación de quienes la contradicen. A ello se une un tercer factor:
millones de personas han prescindido de los intermediarios de garantías
(previamente desprestigiados por los engañadores) y no se informan por los
medios de comunicación rigurosos, sino directamente en las fuentes
manipuladoras (ciberpáginas afines y determinados perfiles en redes sociales).
Se conforma así la era de la posmentira.
De ese modo, millones de estadounidenses se han creído una comprobada
falsedad como la afirmación de Donald Trump de que Barack Obama es un musulmán
nacido en el extranjero y millones de británicos estaban convencidos de que con
el Brexit el Servicio Nacional de Salud dispondría de 350 millones de libras a la semana
adicionales (432 millones de euros).
La tecnología permite hoy manipular digitalmente cualquier documento
(incluidas las imágenes), y eso avala que se presente como sospechosos a
quienes reaccionan con datos ciertos ante las mentiras, porque sus pruebas ya
no tienen un valor notarial. A ello se añade la pérdida de cuotas de
independencia en los medios informativos con la crisis económica. Han reducido
su nómina de periodistas y han tenido que mirar no sólo a los lectores sino
también a los propietarios y a los anunciantes. En ciertos casos, utilizan
además técnicas sensacionalistas para obtener pinchazos en la Red, lo cual ha
redundado en su menor credibilidad.
Con todo ello, se ha llegado a la paradójica situación de que la gente
ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa.
Muchos periódicos de Estados Unidos han
verificado las decenas de falsedades difundidas por el presidente Trump (en enero
ya llevaba 99 mentiras según The New York Times), pero eso no las ha
desactivado. Y la prensa británica, por su parte, desmenuzó los engaños de
quienes propugnaban la salida de la UE, pero eso no desanimó a millones de
votantes.
La posverdad
La mentira siempre es arriesgada, y requiere de medios muy potentes para
sostenerse. Por eso suelen resultar más eficaces las técnicas de silencio: se
emite una parte comprobable del mensaje pero se omite otra igualmente
verdadera. He aquí algunos ejemplos:
La insinuación. No hace
falta usar datos falsos. Basta con sugerirlos. En la insinuación, las palabras
o las imágenes expresadas se detienen en un punto, pero las conclusiones que
inevitablemente se extraen de ellas llegan mucho más allá. Sin embargo, el
emisor podrá escudarse en que sólo dijo lo que dijo, o que sólo mostró lo que
mostró. La principal técnica de la insinuación en los medios informativos parte
de las yuxtaposiciones: es decir, una idea situada junto a otra sin que se
explicite relación sintáctica o semántica entre ambas. Pero su contigüidad
obliga al lector a deducir una vinculación.
Eso sucedió el 4 de octubre de 2016 cuando Iván Cuéllar, el guardameta
del Sporting de Gijón, salía del autocar del equipo para jugar en el estadio de
Riazor. Recibido por pitos de la afición coruñesa, Cuéllar se detuvo y miró
fijamente hacia los hinchas. La cámara sólo le enfocaba a él, y eso hacía
deducir una actitud retadora ante los silbidos. Y como tal se presentó en un
vídeo de un medio asturiano. De ese modo, se mostraban, yuxtapuestos, dos
hechos: la afición rival que abucheaba y el jugador que miraba fijamente hacia
los hinchas. No tardó en llegar la acusación de que Cuéllar había sido un
provocador irresponsable.
Hubo algo que aquellas imágenes no mostraron: entre los aficionados, una
persona había sufrido un ataque epiléptico y eso llamó la atención del portero
del Sporting, que miró fijamente hacia allá para comprobar que el hincha era
atendido (por el propio servicio médico del club). Una vez que verificó que así
sucedía, siguió su camino. Tanto la presencia de los hinchas como sus silbidos
y la mirada del futbolista fueron verdaderos. Sin embargo, se alteró el mensaje
—y por tanto la realidad percibida— al yuxtaponerlos hurtando un hecho
relevante.
La presuposición y el
sobrentendido. La presuposición y el sobrentendido comparten algunos rasgos, y se
basan en dar algo por supuesto sin cuestionarlo. Por ejemplo, en el conflicto
catalán se ha extendido la presuposición de que votar es siempre bueno. Sin
embargo, esa afirmación no puede ser universal, puesto que no se aceptaría que
el Gobierno español quisiera poner las urnas para que sus ciudadanos votasen si
desean o no la esclavitud. Sólo el hecho de admitir esa posibilidad ya sería
inconstitucional, por mucho que la respuesta se esperase negativa. Primero
habría que modificar la Constitución para permitir la esclavitud, y luego ya se
podría votar al respecto. Por tanto, se ha creado una presuposición según la
cual el hecho de votar es siempre bueno, cuando la validez de una consulta va
ligada a la legitimidad y a la legalidad democrática de lo que se somete a
votación.
A veces los sobrentendidos se crean a partir de unos antecedentes que, reuniendo
todos los requisitos de veracidad, se proyectan sobre circunstancias que
coinciden sólo parcialmente con ellos. Por ejemplo, en los denominados papeles
de Panamá se denunciaron casos veraces de ocultación fiscal. Una vez expuestos
los hechos reales y creadas las condiciones para su condena social, se
añadieron a la lista otros nombres sin relación con la ilegalidad; pero el
sobrentendido transformó la oración “tiene una cuenta en Panamá” en una figura
delictiva que contribuyó a crear un estado general de opinión falseado. No es
delito hacer negocios en Panamá y abrir para ello cuentas allí; pero si esto se
expresa con esa oración sospechosa, lo legal se convierte en condenable por vía
de presuposición.
La falta de contexto. La falta
del contexto adecuado manipula los hechos. Así sucedió cuando el diputado
independentista catalán Lluís Llach recibió ataques injustos por unas
declaraciones sobre Senegal. El 9 de septiembre de 2015, un periódico
barcelonés recogía este titular, puesto en boca del excantautor: “Si la opción
del sí a la independencia no es mayoritaria, me voy a Senegal”. De ahí se podía
deducir que irse a Senegal era algo así como un acto de desesperación (y una
ofensa para aquel país africano). De ese modo lo interpretaron algunos
columnistas y cientos de comentarios publicados bajo la información. Sin
embargo, ésta había omitido un contexto relevante: Llach creó años atrás una
fundación humanitaria para ayudar a Senegal, y por tanto, lejos de expresar un
desprecio en sus palabras, mostraba su deseo de volcarse en esa actividad si
fracasaba su empeño político. En esa falta de datos de contexto se puede
incluir la omisión cada vez más habitual de las versiones y las opiniones —que
deberían recogerse con neutralidad y honradez— de aquellas personas atacadas
por una noticia o una opinión.
Inversión de la relevancia. Los
beneficiarios de esta era de la posverdad no siempre disponen de hechos
relevantes por los cuales atacar a sus adversarios. Por eso a menudo acuden a
aspectos muy secundarios… que convierten en relevantes. Las costumbres
personales, la vestimenta, el peinado, el
carácter de una persona en su entorno particular, un detalle menor de un libro
o de un artículo o de una obra (como en aquel caso de los titiriteros en
Madrid)... adquieren un valor crucial en la comunicación pública, en detrimento
del conjunto y de las actividades de verdadero interés general o social. De ese
modo, lo opinable o subjetivo sobre esos aspectos secundarios se presenta
entonces como noticioso y objetivo. Y por tanto, relevante.
La poscensura
Hasta aquí se han analizado someramente (por razones de espacio y de
lógica periodística) las técnicas de la posmentira y la posverdad. Pero los
efectos perniciosos de ambas reciben el impulso de la poscensura, según la ha
retratado y definido Juan Soto Ivars en Arden
las redes (Debate, 2017).
En este nuevo mundo de la poscensura, quienes se manifiestan al margen
de la tesis dominante recibirán una descalificación muy ofensiva que actúa como
aviso para otros marineros. Así, la censura ya no la ejercen ni el Gobierno ni
el poder económico, sino grupos de decenas de miles de ciudadanos que no
toleran una idea discrepante, que se realimentan entre sí, que son capaces de
linchar a quien a su juicio atenta contra lo que ellos consideran
incontrovertible y que ejercen su papel de turbamulta incluso sin saber muy
bien qué están criticando.
Soto Ivars detalla algunos casos espeluznantes. Por ejemplo, el
apaleamiento verbal sufrido por los escritores Hernán Migoya y María Frisa a
partir de sendos tuits iniciales de quienes confundieron lo que expresaban sus
personajes de ficción con lo que pensaba el respectivo creador, y que fueron
secundados de inmediato por una muchedumbre endogámica de seguidores que se
apuntaron al bombardeo sin comprobación alguna. Lo mismo hicieron algunos
periodistas que, para no quedarse fuera de la corriente dominante, recogieron
sin más de las redes el manipulado escándalo, blanqueando así la mercancía
averiada.
Esta inquisición popular contribuye a formar una espiral del silencio
(como la definió Elisabeth Noelle Neumann en 1972) que acaba creando una
apariencia de realidad y de mayoría cuyo fin consiste en expulsar del debate a
las posiciones minoritarias. En ese proceso, la gente se da cuenta pronto de
que es arriesgado sostener algunas opiniones, y desiste de defenderlas para
mayor gloria de la posverdad, la posmentira y la poscensura. Así, el círculo de
la manipulación queda cerrado.
Álex Grijelmo es
autor de ‘La información del silencio.
Cómo se miente contando hechos verdaderos’
(Taurus, 2012).
[Fuente: www.elpais.com]
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