quinta-feira, 18 de agosto de 2016

Bolivia, en viaje y desde la ventana/MIRANDO DE ABAJO


Escrito por Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un punto a favor: en aduanas, Cochabamba, me preguntaron acerca de una cerámica que no era original mas lo parecía. Algo, un punto, pequeño porque quienes están a cargo no son profesionales, para seguir evitando la sangría de bienes culturales que en 200 años nos ha dejado con no lo mejor. Decidí dejar dos vasijas increíbles que conseguí, una de Omereque, la otra tiwanacu. Lo hice en la certeza de que el retorno será un hecho. No es que defina lo mío de coleccionista como saqueo también, pero hay que empezar a crear en colecciones particulares que enriquezcan al país, tan desmembrado, tan falto de respeto propio. Rescatar para crecer.

Cierto que no había llovido y Cochabamba hedía de entrada. Normal, según recuerdo, por las curtiembres de la zona, pero esta vez permaneció, se alejó de las barriadas del aeropuerto. Alalay, la laguna, inmenso lodazal de excremento y basura. Plástico por todas partes, de bolsas de comida y refresco de un pueblo con gula. Sobre el basural, fotografías en grandes carteles con la foto del alcalde Leyes. Parece que el hombre comprendió la jugada masista de poner el rostro cuadrado del Líder hasta en la sopa. Proyecto va, proyecto viene, dando constancia, en mi opinión, de que los dineros del fisco alimentan la corruptela y el progreso se reduce a rimbombantes construcciones de dudoso provecho.

Hubo un lugar, en la zona sur de la ciudad, en que al amanecer pistas y pilares gigantescos daban impresión de un escenario para el Stalker de Tarkovski. Me dijeron que era el lugar donde se habían caído los puentes que el maleante llamado Cholango, alcalde previo, inauguró con gran pompa. Pobre pueblo. Quizá algún día, ya construido todo y limpio de desechos, sirva para algo práctico. Por ahora, y es común, solo alimenta bolsillos ávidos de impensable gentuza.

Luego camino del norte de Potosí, cruzando Cliza, Toco, Siches, Anzaldo, el majestuoso y bastante seco río Caine, por donde vino Goyeneche a castigar Cochabamba entre otras cosas. Sembradíos de papaya, limoneros, la belleza casi indescriptible de los colores que me recordó Humahuaca. Durante el trayecto, otra vez, carteles con la foto del Curaca, el Bienamado, Evaristo Morales Ayma de sonrisa y vanidad mujeriles, enfrente de coliseos de fútbol inaugurados en su gestión (gestiones). La cabezota con permanente más grande que cualquier pelota de fútbol o básquetbol que se pudiesen emplear allí. Es que este caudillo no solo es el fútbol en sí mismo, es más grande que el fútbol. No puede mirar las posibilidades de su pueblo, la belleza de sus paisajes, la constancia de un futuro si se quiere; no, tiene que pensar en pelotas y con las pelotas y construir a costo desmedido canchas de deporte abandonadas de entrada. Su inteligencia de expolicía militar, de cocalero empedernido, no le permiten una mirada lejana, perspectiva. Enfermedad que hay que extirpar de raíz.

En Torotoro, tierra de impresionante geología, las garras del Estado plurinacional en el maltrato a los visitantes y la no extensión de recibos (facturas) por servicios prestados en el Parque Nacional. Un esfuerzo encomiable, mínimo y mísero todavía, de un grupo de muchachos locales como guías de turismo. Y la basura, la basura a pesar de los carteles, en plástico multicolor corriendo por las calles. Casas que en la sombra serían iguales en tiempos de la Conquista, las horas detenidas. A  pesar de tanto por criticar, magnífica experiencia y tristeza por lo que se podría desarrollar si se razonara.

Retorno por Huayculi, Tarata, Arbieto. Que el desarrollo, con y sin comillas, no se puede parar no debiera impedir que la destrucción de patrimonio sufra un revés. A quién le importa, me pregunto, cuando arriba la dupla de maricas delincuentes enseña que el crimen paga.


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[Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra) - fuente: lecoqenfer.blogspot.com]

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