La chingada, según el Diccionario de Modismos Mexicanos (Porrúa, 2011),
es “un espacio simbólico funesto y calamitoso”. El autor de este compendio de
voces populares, Jorge García Robles, añade durante una conversación a mediodía
en una terraza de Ciudad de México que es “un sustantivo abstracto que
no refiere a algo concreto, sino al mal en sí mismo”. Cree que
es el modismo más característico de México. En el diccionario aparece un ejemplo
de un libro del poeta Salvador Novo: “Mandemos pues, henchidos de respeto/ a don
Ignacio Ramírez al carajo y/ a la chingada a don Guillermo Prieto”.
Un bolero (“el que da bola, el
que lustra los zapatos”) interrumpe la charla.
–Limpio la gamuza en seco, güero.
La gamuza son los zapatos de piel del periodista,
que a su vez es güero: en el diccionario, “blanco y/o de pelo rubio”.
Se piensa que la palabra puede venir del castellano antiguo huero
(vacío) o del color de la yema de un huevo podrido. Lo segundo
no es agradable. Sin embargo, decirle a alguien güero, como se explica
en el libro, tiene una connotación “afectiva y hasta reverencial”. García
Robles, hijo de un británico y una mexicana, dice que los modismos son un espejo
del clasismo racista de su país.
Lo más ofensivo que ha concebido el lenguaje
popular para los blancos de clase alta es la palabra fresa, que además
no salió de las clases bajas, sino del desprecio de los jóvenes rebeldes de los
sesenta a los jóvenes conservadores. Pero, para la gente humilde y
morena, hay modismos agresivos como naco –“Persona corriente,
de poca educación, grosera”–, que al parecer nació en los cincuenta como un
insulto a los indígenas que llegaban a trabajar a las ciudades, o
tepocate –“de piel morena, inferior socialmente”–, de tepocatl
(renacuajo), una palabra de la lengua nativa náhuatl.
Otra herencia histórica es el abuso de los
diminutivos, especialmente en la capital. “Aquí la convivencia es de pleitesía
desde tiempos de la colonia”, cuenta García Robles; “hay una agresividad
contenida, no sé si lo vibras”. En México, a alguien que pide una cosa, se le dice permítame tantito para que espere, y no es extraño que se
ruegue comprensión por la espera con un tierno no sea malito,
posiblemente acompañado de un porfis.
Nota: vibra significa lo mismo
que onda: “Frecuencia, sintonía, estado de ánimo, espacio de
compatibilidad”.
García Robles empezó a recoger modismos cuando
escribió Qué transa con las bandas, un libro sobre las
pandillas urbanas de los años ochenta, que nació de su experiencia de profesor de
literatura en un reclusorio de menores. Recuerda la palabra achicalar
–“untar dulce” o “matar a alguien”–.
Un par de días después le pregunto por más
términos a un amigo que fue pandillero, o chavo banda, como dice él,
siempre sin preposición. Sabe expresiones como a qué huevos te amparas
–cuando se le pregunta a alguien con qué razón hace o dice algo–, qué pedo
te gorgorea –que sería un simple cómo estás–, o
pinches mamadas –en sus palabras: “Cuando unos güeyes están
hablando puras mamadas”–.
Nota sobre dos palabras omnipresentes: la palabra
güey, que en España sería tío, deriva de buey, y
chavo, que significa "niño, menor de edad o simplemente joven", es
cortesía de los gitanos españoles que llegaron a México a
finales del siglo XIX. Chabó, decían ellos para referirse a un niño,
según se explica en el diccionario. Los gitanos también obsequiaron a México con
la matriz de la chingada, el verbo chingar: "Molestar,
fastidiar", del gitano español cingarar o chingarar, "pelear,
reñir".
El origen de muchos otros modismos mexicanos ha
sido imposible de identificar hasta ahora. Por ejemplo, la palabra
mariguana (con ge, como se escribe en México)
ocupa una larga parrafada en el diccionario de García Robles, pero no se
concreta de dónde salió.
Nos contentamos con dos anécdotas sobre esta
droga que menciona el escritor y compilador de modismos durante la entrevista:
una, que Valle-Inclán, en 1921, viajó de México a España con una silla de obispo
rellena de marihuana, y otra, los hábitos que mantenía de viejo el
novelista beatnik William Burrroughs, a quién visitó varias
veces en su casa del Estado de Kansas: "En las mañanas, solo consumía cigarrillos, mientras escribía o pintaba con mucha disciplina. Después, comía: carnes,
verduras, cosas sanas. Y por la tarde, fumaba mariguana y bebía vodka con
coca-cola".
Jorge García Robles es autor de La bala
perdida (Ediciones del Milenio, 1996), un libro sobre la vida de Burroughs
en Ciudad de México, donde estuvo de 1949 a 1952. A pocas manzanas
(cuadras en México) de la terraza donde él habla mientras chupa
un purito apagado –cada uno le dura una semana– está la casa en
la que el escritor estadounidense le pegó un tiro a su mujer Jane, al parecer
tratando de acertarle a un vaso que ella se puso sobre la cabeza. Otro
beat para el que México fue una desgracia, según recuerda García
Robles, fue Neal Cassady. "Estaba en una boda en San Miguel de Allende, se
cruzó y apareció muerto junto a las vías del tren".
Última nota. Cruzarse: "Ingerir varias
drogas, etílicas o de otro tipo, al mismo tiempo y no controlar su efecto".
Antes de despedirnos, le pido a Jorge García
Robles que escriba un modismo que le guste y pose con él para hacerle un
retrato. Escribe tres palabras con una pluma negra. El trazo le
queda demasiado fino y lo repasa por encima. Es una expresión que define, según
el, la situación de México. Está para llorar: "Se dice para juzgar que
algo o alguien está muy mal; sin. lamentable". O sea, que está de
la chingada.
Por Pablo de Llano
[Fuente: www.elpais.com]
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