Escrito
Vaya por delante, sufridos lectores, que si quienes firmamos las semanales entregas de Una Buena Sociedad en Revista de Libros tuviéramos el derecho al voto en Francia, lo ejerceríamos este domingo en nombre de Emmanuel Macron. Pero, a continuación, arrogándonos poderes que no tenemos y suponiendo que se dejara, le apretaríamos los machos para impedirle que se olvide de la Francia que se va quedando atrás en las zonas rurales, en las otrora ciudades industriales del norte y este del país y en los banlieues de las grandes capitales. Pero ya que no tenemos derecho al voto en Francia, al menos desearíamos que el resultado fuera el que persigue nuestro hipotético voto por Macron, incluido el apretar de machos.
El próximo domingo volverá a producirse la elección en segunda vuelta entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron que ya se diera en las elecciones de 2017. Pero hoy, las circunstancias en que se reproduce esta elección son muy diferentes de las que se daban en 2017, aunque ambas sean fruto de la dinámica que se viene desarrollando en la sociedad y la economía francesas desde la crisis financiera de 2008. Una crisis que ha desestabilizado a tantos países avanzados en el sentido de aumentar la desigualdad económica y polarizar la vida política, aunque se viene manifestando en grados diversos de calidad y cantidad para cada uno de ellos.
Por poner un par de ejemplos, la dramática separación del Brexit en el Reino Unido, o la masiva acción y reacción del proceso separatista catalán en España, no han tenido, de momento, su versión francesa. De momento, decimos, porque a pesar del aparente déjà vu, la dinámica social y económica francesas han seguido un curso que caracterizan a las de 2017 y 2022 como dos elecciones presidenciales muy diferentes, si bien relacionada la segunda con el relativo fracaso de la primera. En efecto, lo positivo que el presidente Macron ha logrado en los cinco años pasados se mezcla de forma inestable con lo que no ha logrado o ha dejado que se deteriore, y convierte a la elección de este domingo en una elección que será muy probablemente ganada por Macron pero que no le dará capital político para derrochar sin acarrear consecuencias serias. Resumiremos en primer lugar la endiablada dinámica política de los últimos quince años –tres ciclos electorales– para analizar a continuación la dinámica social y económica que ha llevado al descontento de 2022.
El sistema electoral francés, con sus dos turnos en las presidenciales, permite diferenciar entre la relevancia del apoyo directo y la del apoyo táctico, o de conveniencia, de los votantes a los diferentes partidos y líderes. En la primera vuelta de las elecciones de 2012, las primeras tras la crisis de 2008, y varios años después de sufrir sus consecuencias, el electorado francés siguió confiando en los tradicionales partidos socialista y conservador consolidando el bipartidismo (Hollande y Sarkozy con el 55,81% del voto) en detrimento de partidos marginales, aunque se registró un aumento del voto de izquierda radical (Mélenchon, con un 11,1%) y de extrema derecha (Le Pen, que obtuvo un 17,9%). En segunda vuelta, el socialista François Hollande se impuso a Nicolas Sarkozy por un escaso margen (51,64% versus 48,36%).
La incapacidad del gobierno de Hollande para evitar el deterioro económico y las crisis migratorias produjeron un vuelco importante en las elecciones de 2017. Por una parte, la búsqueda de un centro con soluciones prácticas diezmó al Partido Socialista y su nuevo líder, Benoît Hamon, apenas pudo conseguir un 6,36% del voto en la primera vuelta, en beneficio de los radicales de izquierda de Mélenchon, que obtuvieron un 19,58% del voto. Igualmente resultó menguado, pero no tanto, el Partido Republicano de François Fillon, que obtuvo un tercer lugar con un 20,01% del voto. El vuelco se completó, también en primera vuelta, con la aparición de un nuevo partido liderado por un exministro socialista con un programa tecnocrático de centro, Emmanuel Macron, quien obtuvo el mayor número de votos, un 24,01% del total, y con la amenazadora ascensión de Marine Le Pen, que le siguió de cerca con el 21,30%.
Si denominamos «bipartidismo» a la combinación de los votos socialistas, republicanos y macronistas, que se estableció en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 2017, el centro político se mantuvo con un 50,38% del voto. Pero se mantuvo a duras penas, ya que los extremos, fundamentalmente Le Pen y Mélenchon, obtuvieron un combinado 40,88%.
En la segunda vuelta de las elecciones de 2017, Macron obtuvo un cómodo 66,10% del voto, dos veces más que Le Pen. El voto de conveniencia evitó, de forma inequívoca, la amenaza de Le Pen. Una amenaza que Macron prometió eliminar en los cinco años siguientes, quizás animado por la rotunda victoria que obtuvo sobre Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones de 2017 y una promesa que ha resultado alarmantemente vacía.
La vacuidad de la promesa de Emmanuel Macron hace que la amenaza de Marine Le Pen sea hoy mucho más alarmante, no solamente porque Le Pen, que pretende sacar a Francia de la OTAN y muestra abiertas simpatías hacia Vladimir Putin, ha aumentado su voto del 21,3% en 2017 al 23,1% el pasado 10 de abril, sino también porque a la derecha de Le Pen ha surgido un perturbador Éric Zemmour, cuyo programa se centra en la descabellada idea del reemplazo de razas y ha obtenido el 7,1% del voto. La extrema derecha suma hoy un 30,2% del voto, un aumento considerable en relación a 2017.
Con respecto a los componentes del bipartidismo convencional, los Socialistas y los Republicanos, ninguno de ellos ha llegado al 5% de los votos en primera vuelta. Esta complicación significa que no recibirán fondos electorales y es muy probable que puedan desaparecer de la vida política francesa dentro de poco.
En cuanto a la izquierda se refiere, el beneficiario relativo de la dinámica política y económica de los últimos cinco años ha sido Jean-Luc Mélenchon, el líder de La France Insumise, que ha obtenido un aumento del voto de primera vuelta del 19,58% en 2017 al 21,95% en 2022. En cierta medida, parte del voto de Mélenchon fue voto táctico de socialistas y otros grupos a la izquierda, con el objetivo casi conseguido de eliminar a Le Pen para la segunda vuelta. El hecho de que tanto Le Pen como Mélenchon hayan estado tan cerca de Macron, y los demás tan lejos, se constata con los datos de que en circunscripciones donde el descontento es máximo, han sido los externos los más votados. Tal es el caso de la ciudad minera de Auchy-les-Mines en el norte de Francia, donde Le Pen obtuvo el 48% de los votos, o el del banlieue de Seine-Saint-Denis, al norte de París, donde Mélenchon obtuvo el 49%.
Con la práctica desaparición de los partidos del bipartidismo tradicional, el centro político en Francia es hoy un solitario La République en Marche!, con un 27,85% del voto de primera vuelta. Repitámoslo, un 27,85% del voto que, sin embargo, representa una victoria personal de Emmanuel Macron, quien ha aumentado su voto de 2017 en casi cuatro puntos porcentuales, y que muy probablemente le llevará a la reelección este domingo que viene.
Al momento de redactar estas líneas, el voto de la segunda vuelta favorece a Macron con un estimado 54%, frente al 46% para Le Pen, aunque es muy probable que este margen se amplíe si Mélenchon así lo quiere y puede influir sobre sus seguidores. Es decir, entre 2017 y 2022, el margen favorable a Macron, del 32% en 2017, se ha reducido a un margen estimado del 8%. Estos dos números representan un margen de confianza cuatro veces menor hoy de lo que era hace cinco años. Estos dos números representan también la endiablada dinámica social y económica de los últimos quince años; de los últimos cinco años, en especial.
La economía y el pacto social
La llegada de Emmanuel Macron a la política francesa supuso un revulsivo frente al poco interés de la derecha por aminorar la desigualdad, la tendencia de la izquierda a concentrarse en la redistribución sin prestar atención a la creación de oportunidades, y el estatismo vigente tanto en la una como en la otra. Emmanuel Macron ha sido capaz de implementar parte de su programa económico durante su primer mandato y ha obtenido resultados tangibles. La tasa de desempleo a finales de 2019 era del 8,44%, la más baja desde 2008. A pesar del impacto de la pandemia del Covid, que llevo a un desempleo del 8,62% a finales de 2020, la tasa de desempleo volvió a bajar al 8,4% a finales de 2021. Tras el aumento del empleo y de la actividad económica se encuentran las medidas de Macron destinadas a aumentar las inversiones en la educación (reduciendo el tamaño de las clases en zonas más desfavorecidas económicamente), la formación profesional (doblando las horas de aprendizaje y mejorando los servicios de asesoramiento a estudiantes) y la menor regulación y mayores incentivos a las escuelas para desarrollar sus actividades docentes.
Durante los pasados cinco años han surgido crisis que han interferido con el programa de Macron. Las protestas de los gilets jaunes, inicialmente causadas por el aumento del precio de los combustibles en 2018, la crisis de la pandemia y el protagonismo que está adquiriendo la lucha contra el cambio climático. Pero, en su conjunto, el énfasis del programa económico de Macron sigue siendo el mismo, fundamentado en la creación de oportunidades por medio de la inversión en educación y formación profesional.
Los problemas básicos a los que se enfrenta al economía francesa no son muy diferentes de aquellos a que se enfrentan otras economías desarrolladas. La desigualdad, el sostenimiento del Estado de Bienestar o el aumento de la productividad son retos comunes a los países más ricos. Pero las condiciones en que se plantean estos retos comunes son diferentes para cada país. En Francia, la resistencia al cambio que el presidente Macron viene proponiendo ha alimentado el populismo de derecha e izquierda. Ambos extremos encuentran causa común para impedir las reformas necesarias que habrán de implementarse tarde o temprano, al margen de las preferencias ideológicas de tales populismos, ya sea la deriva hacia el autoritarismo al estilo de Viktor Orbán de Le Pen, ya la negativa de las izquierdas radicales a aceptar compromisos en la reforma del Estado de Bienestar. El irónico resultado de esta paralización es que el centrismo político y económico que apareció con Macron en 2017 se ha reducido considerablemente durante los cinco años de su primer mandato.
Dos tabúes de la política francesa se nos vienen a la mente en referencia a la paralización a que aludimos. Uno es el de la reforma de las pensiones en su más concreta y especifica propuesta de subir la edad de jubilación de los 62 a los 65 años. Estamos en 2022 y en Francia, señores, en Francia, este tema sigue siendo tabú. Tan tabú, que el presidente Macron acaba de ofrecer hace unos días un compromiso que no requeriría una subida de tres años como se contemplaba inicialmente2.
El otro tabú es el referido a la imposición de las herencias, algo muy desagradable para los grandes patrimonios y, políticamente, en el rincón opuesto al de quienes se oponen a la subida de la edad de jubilación. En relación a la imposición de las herencias, el economista Olivier Blanchard, que ha asesorado a Macron a menudo, ofrece un punto de vista sumamente interesante en un reciente artículo en The Economist3. Razonando que la transmisión de la riqueza es una de las mayores causas de la desigualdad permanente, Olivier Blanchard propone que se considere al impuesto de herencias como una transferencia de hijos privilegiados a hijos que no los son. Como tal, un impuesto de transmisiones debería aplicarse no solamente como consecuencia de una muerte sino durante toda la vida. Además, los fondos recaudados por este impuesto deberían asignarse exclusivamente a aumentar las oportunidades de los niños y jóvenes más necesitados por medio de la educación y la financiación de nuevas empresas.
Ambos tabúes lo son por razones bien diferentes. ¿Es mucho pedir que un político inteligente como Macron sepa sacarles partido para atraer populistas de uno y otro signo a la causa de la reforma? Dentro de poco lo sabremos.
El experimento francés es interesante por el papel singular que Francia ocupa entre los países ricos. Es un país muy estatista, con una voluntad de potencia diferenciada de la hegemonía estadounidense –lo cual lleva en ocasiones, en cuestiones de política exterior, a situaciones encontradas entre los dos aliados– y con un papel central en la dirección de la Unión Europea. Lo que suceda en Francia si, como es de esperar, Macron es reelegido para un segundo mandato, puede tener repercusión en toda Europa.
A principios de 2020, Macron creó una Comisión Internacional de economistas para proponer medidas frente a los retos de la desigualdad, la globalización, el cambio climático y el sostenimiento de los servicios públicos, entre otros4. En esta comisión figuran economistas del calibre del ya citado Olivier Blanchard, el Nobel Jean Tirole y el profesor Dani Rodrik de la John F. Kennedy School of Government en la universidad de Harvard. Los informes elaborados y las recomendaciones propuestas por esta Comisión son de interés para Francia y para el resto de las economías del mundo.
Con las limitaciones de que ha adolecido en sus primeros cinco años, el presidente Macron sigue representando una innovación en la política francesa y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el próximo 24 de abril puede tener consecuencias importantes. No porque las vaya a ganar Marine le Pen, sino porque las ganará Emmanuel Macron.
[Fuente: www.revistadelibros.com]
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