Por Arturo Ramón Ortiz
Luis González de Alba, escritor, columnista de Crónica en su
momento, divulgador de la ciencia y uno de los pensadores más libres
del país, murió ayer en Guadalajara, a los 72 años, justo en el
aniversario de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco, que significó el fin del movimiento estudiantil de 1968, del
que fue partícipe y uno de los dirigentes más destacados.
La Fiscalía de Jalisco, en informaciones extraoficiales, apunta a que Luis González de Alba se suicidó.
Y teniendo como origen público el 68 mexicano, González de Alba fue
claramente un ícono de la izquierda, pero uno que supo liberarse de los
dogmas brutales con los que el régimen soviético convirtió el sueño
liberador del siglo XX en una efímera pero terrorífica pesadilla.
Desde una posición pensante, combatió igualmente a las posiciones
reduccionistas de la izquierda mexicana y de los caudillismos en los que esta se disolvió al paso de los años.
Quizás el capítulo que mejor muestra ese aspecto del potosino es el
enfrentamiento intelectual que tuvo con Elena Poniatowska, una de las
santonas de la izquierda nacional, a quien le exigió, poco antes del 30
aniversario del 68, que modificara el libro La Noche de Tlatelolco.
Aquel texto, en el que muchas generaciones se enteraron de los eventos
trágicos del 68, era en realidad un compendio de entrevistas y de
resúmenes de otros textos, uno de ellos del propio González de Alba, en
cuyo armado Poniatowska cometió imprecisiones.
Aquel enfrentamiento entre íconos de la izquierda terminó con el
despido de González de Alba de su casa editorial y derivó,
afortunadamente, en la posibilidad de que muchos otros diarios y
revistas, incluida Crónica, pudieran contar con sus textos.
Consultado alguna vez sobre por qué había revelado las imprecisiones
de Poniatowska décadas después de publicado el libro, González de Alba,
en tono serio, respondía: “Me pueden creer o no, pero no lo había vuelto
a leer hasta ahora”. Hace apenas unos días, por Twitter, González de
Alba recordaba que Monsiváis llamaba a Poniatowska, a sus espaldas, la
princesita (y algo más fuerte).
Así, inteligente y provocador, fue una figura indispensable para
entender los movimientos democratizadores nacionales, lo mismo que el
movimiento a favor de las comunidades gay, pero siempre con la capacidad
para saber que estar del lado de lo justo no lo justificaba todo.
De hecho, su última columna en el diario Milenio, hizo
alusión a que los festejos del 2 de octubre de este año estarían
plagados de vándalos que romperían cristales, atacarían negocios y se
dirían presos políticos si las autoridades se atrevían a detenerlos.
Intransigente con quienes suponen que todo se vale en favor de una buena
causa, González de Alba fustigó a propios y extraños cuando analizó las
movilizaciones sociales o políticas.
Su vocación quizás más honda fue, no obstante, la de divulgador
científico. El hace años estudiante de Sicología, transmitió siempre un
interminable sentido de admiración por los descubrimientos científicos
de toda índole.
No podía ser de otra manera, como pocos intelectuales en México, Luis
González de Alba, muerto ayer a los 72 años, invocaba a que sus
lectores pensaran y a que ejercieran ese sano ejercicio de sorprenderse
ante lo que el pensamiento libre de tabúes puede lograr en un país como
México.
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