segunda-feira, 30 de setembro de 2013

Traducción, adaptación y fidelidad

Por Maite Solana

Hace algunos meses pasó por Tarazona el cantautor aragonés Joaquín Carbonell, invitado por la Escuela Oficial de Idiomas, para presentar a los alumnos del centro sus traducciones de las canciones del cantautor francés George Brassens y debatir con ellos su método de trabajo. Acompañado de su guitarra, Carbonell deleitó a los asistentes con algunas de sus versiones de Brassens y explicó la manera en que él, que no se reivindica traductor pero sí cantautor, enfocaba la traducción y adaptación de canciones.

Joaquín Carbonell defendió la idea de que él no traducía, sino que adaptaba, porque Brassens, traducido literalmente, perdía toda la fuerza y gracia del original. A su trabajo, por tanto, no lo consideraba traducción sino adaptación, y ponía como ejemplo de lo que sería una traducción (a diferencia de una adaptación) una traducción literal de las canciones, lo que provocó inmediatamente las carcajadas del público. La verdad es que las traducciones de Joaquín Carbonell (lo que él denomina adaptaciones) son realmente espléndidas.

En muchas ocasiones hemos oído a autores españoles, sobre todo a los poetas, afirmar lo mismo en relación con los autores extranjeros que traducen. Es habitual encontrar esta oposición entre literalidad y adaptación, y, en consecuencia, entre creación y traducción. Como si el trabajo que realizamos los traductores fueran versiones más o menos literales de los textos (un trabajo, por tanto, meramente mecánico para alguien que sabe lenguas), mientras que ellos, los autores, realizaran un trabajo de tipo distinto, verdaderamente creativo, al adaptar los textos.

Me parece que a estas alturas los traductores estamos hartos de tener que repetir una y otra vez que una traducción literal de un texto no es una traducción. Es otra cosa. La traducción, para que pueda llamársela como tal, no puede limitarse a la mera traslación mecánica, más o menos palabra por palabra o frase por frase, del original, sino que la verdadera traducción requiere invertir la sintaxis, cambiar la puntuación, recrear imágenes, buscar expresiones que en la lengua de llegada signifiquen lo mismo que en la lengua original, aunque sea utilizando otras palabras, etc. Y que trabajar de este modo no tiene nada que ver con ser infiel al texto. Precisamente la mejor manera de ser fiel a un original es no ser fiel a su literalidad en absoluto. Y eso sirve tanto para la poesía y el teatro (los dos géneros que quizás necesiten un mayor grado de adaptación o esfuerzo traductor, como creo que debería llamarse), como también para la novela y el ensayo, ni que sea de divulgación. Y tampoco es cierto que, cuanto más fácil es en apariencia un texto, menos esfuerzo traductor requiere. Todo lo contrario. Las obras de divulgación, precisamente por dirigirse a un amplio sector de lectores, suelen ser, además de informativas, amenas, o al menos intentan serlo. Y esa amenidad hay que trasladarla también a la lengua a la que se está traduciendo, imprimiéndole al texto un ritmo y una frescura que solo se consigue desarmando el texto y armándolo de nuevo. Que es precisamente lo que hace con gran habilidad Joaquín Carbonell con las canciones de Brassens. 

[Fuente: www.cvc.cervantes.es]

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