Por Juan Arias
Hay una pregunta que revolotea en torno a la protesta brasileña de la
calle: ¿cómo es posible que nadie salga para decir que está en contra?
Ni los palacios del poder, ni los partidos de diferentes ideologías, ni
la empresa, ni las finanzas, han aparecido para replicar a los que protestan.
La presidenta Dilma llegó a aplaudirla y apoyarla, a pesar de las
pancartas contra ella. El partido del Gobierno (PT) ha anunciado que se
sumará a la caravana. Los sindicatos también, a pesar de que los
silbidos llegaron a la puerta de la casa del mítico sindicalista Lula.
Si se exceptúa algún intelectual liberal como Reinaldo Acevedo, que ve en
el movimiento el peligro de que pueda volver lo que el llama la
irracionalidad de la “peor izquierda del pasado”, nadie ha tenido hasta
ahora el coraje de hacer frente a los manifestantes.
Lo máximo que se ha llegado a oír es que la apoyan “sin actos de vandalismo”.
En ninguna manifestación de la calle ha aparecido ni el más pequeño grupo para oponerse a ella.
El mundo del arte y de la cultura, de la ciencia y de la universidad
están aplaudiendo, convencidos de que se trata de un movimiento que no
cuestiona la democracia y que supone una especie de catarsis colectiva.
Hasta Pelé que se había manifestado en contra, ha dado marcha atrás.
Ha habido escritores como como Arnaldo Jabor, que después de haber
criticado la protesta como si se trata de un grupo de pijos, pidió
perdón públicamente.
Brasil sufre desde el huracán Lula, que revolucionó al país, lo hizo
crecer y colocó a los pobres en el candelero, de una falta de oposición
política capaz de aguijonear al gobierno para que hiciese más política
de Estado que de partido. El expresidente ha llegado a denunciar que los
partidos parecen a veces bancos de negocios.
Ha sido quizás ese vacío el que ha hecho que la bandera de la oposición
la recogiera la calle con otros instrumentos diferentes de los de la
política tradicional, aunque también los está usando pidiendo, por
ejemplo, la suspensión de algunos proyectos de ley que el Congreso se dispone a votar, como el que despojaría a la Fiscalía
el poder de investigar que quedaría en manos de la policía.
La demostración de la insatisfacción de los manifestantes, tanto contra
el gobierno del PT como contra la oposición del PSDB, ha quedado
manifiesta en la protesta en São Paulo, tanto contra el gobernador de
aquel Estado Geraldo Alckmin, de la oposición, como contra el alcalde,
Fernando Haddad, del partido del gobierno.
Tanto los periódicos como las radios y televisiones que empezaron a
informar de la protesta sin excesivas ganas ni entusiasmo,
considerándola obra de pequeños grupos desorganizados y sin fuerza
social, todos han acabado volcándose en dicha información, con mayor
ahínco que con el mismo futbol.
Desconcertado, el gobierno progresista que se ve contestado por un
movimiento popular, y perpleja la oposición a la que le han arrebatado la
bandera, la calle parece haber dejado desnudo al rey.
[Fuente: www.elpais.com]
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