Cuatro exposiciones cierran en Amberes los homenajes en el 75º aniversario de la muerte del creador que superó el impresionismo para sumergirse en la vanguardia
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Escrito por Ana Marcos
A James Ensor (1860-1949, Ostende) sus estudiosos lo definen como “un creador que contiene multitudes” para tratar de explicar el viaje por las corrientes pictóricas y las modas de un pintor que superó el impresionismo, se introdujo en las vanguardias y trató de despojarse de cualquier etiqueta cuando coqueteó con el antiarte cercano al dadaísmo al final de su carrera. Cuatro exposiciones simultáneas celebran el 75º aniversario de la muerte del artista belga en Amberes y sirven de grand finale al año en el que Bélgica ha homenajeado su rebeldía, su mordaz crítica social —con certeros y envenenados dardos a la burguesía—, su pasión por lo grotesco y lo misterioso, en una suerte de función teatral en cuatro actos, cada uno en un museo distinto.
Damas y caballeros, bienvenidos al circo de Ensor
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“No fue un hombre excéntrico que se escondía de su madre y sus fantasmas en un piso en el centro de una ciudad; sino un pintor europeo que cambió el juego a finales del XIX y abrió la puerta a la modernidad desde el impresionismo”, advierte Todts al inicio del recorrido por una exposición en la que la escenografía teatral, multicolor, a ratos con dejes de Tim Burton, realiza un exhaustivo recorrido histórico por un legado que comenzó con su obsesión por acabar con el romanticismo en la pintura.
La obra de Ensor se coloca al lado de piezas de Claude Monet para explicar cómo el belga copiaba los paisajes del francés, sobre todo, a través de las referencias encontradas en revistas. Se explica su obsesión por la luz en piezas que recuerdan a los claroscuros de Rembrandt. Poco a poco, sala a sala, va abandonando, en sus propias palabras, “el academicismo para seguir mi fantasía e imaginación. Me convertí en un revolucionario. Las reglas son las enemigas de la invención”.
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Es entonces cuando aparecen las máscaras y los esqueletos en las salas del KMSKA que explican su manera de entender lo grotesco, lo gótico y las referencias a la muerte. Sus personajes de huesos y calaveras son alter egos de los humanos que representan lo absurdos que podemos ser: esqueletos que ya están muertos; pero niegan su condición y siguen peleando por la vida. Esqueletos travestis. Esqueletos que rodean a un cristo agonizante. Algo así como la parada de los freaks que se combina con la temática religiosa mezclada con la política para disparar contra el Gobierno, la Iglesia católica, los jueces y cualquier otra representación de la burguesía.
A la vez que se recorre su obra, se perfila su personalidad. La del hijo de un británico (con problemas con el alcohol) y una belga (bastante autoritaria) que pudo dedicarse al arte gracias al negocio de su familia en Ostende, su ciudad natal en la costa del país: una tienda de souvenirs (donde se vendían máscaras de carnaval) y el alquiler de habitaciones. “No vivió mal”, explica Todts, que lo coloca en una escala social más o menos alta para la época. En 1929, casi a los 70, el rey Alberto I le concedió el título nobiliario de barón y lo terminó de situar en el lugar de sus criticados.
Pintó, pero también escribió, compuso, creó coreografías y colaboró en la puesta en escena de obras de ballet. Ensor fue un rebelde, un incomprendido y un tipo con un ego descomunal cuya capacidad de adelantarse a tantas cosas compensó en parte ese orgullo y ambición de creerse pionero en todo. Nunca padeció del síndrome del impostor.
Los sueños más salvajes de Ensor. Más allá del impresionismo. Del 28 de septiembre al 19 de enero de 2025.
[Fuente: www.elpais.com]
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