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Cela Ramírez, de 10 años, ayuda a vestirse a su hermana, Rosa Candelaria, de 3. Viven en la comunidad rarámuri Oasis, en Chihuahua, México. |
El Jueves Santo de este
año, el 18 de abril, Moreno se tomó el día libre del taller afuera de Oasis en
el que cose vestimentas modernas que incorporan diseños rarámuris. El trabajo
le da un ingreso fijo a Moreno, cuyo esposo es contratista en un trabajo que lo
hace viajar fuera de Chihuahua con regularidad. Algunos hombres rarámuris en
posiciones similares han sido secuestrados; son subidos a vehículos que parecen
los colectivos de los sitios de construcción pero los llevan a laborar en
campos de marihuana y opio a veces durante toda al temporada, dejando a sus
familias preocupadas por su seguridad y, a veces, sin una fuente de ingresos.
Moreno estaba sentada enfrente de su casa con su nieta de un
año, Yasmín, quien dio algunos pasos tentativos antes de voltear sonriendo.
Moreno empezó a coser los vestidos para Yasmín poco tiempo después de que
nació. Dijo que es importante transmitir la tradición de esa confección a las
nuevas generaciones. “Queremos ser vistos como rarámuris”, dijo.
Su oficio artesanal y el trabajo que le llega al taller son una
manera para que Moreno pueda proveer a su familia; con el ingreso pueden
comprar comida y pagar los servicios, pero también costear el mantenimiento de
las tradiciones rarámuris. Las telas y los suministros para coser un solo
vestido tradicional pueden superar los 400 pesos, unos 21 dólares, más de lo
que muchas familias ganan en un mes.
Hay esfuerzos dentro de la
comunidad para ayudar a las mujeres rarámuris a asegurar un ingreso sostenible
y a la vez mantener viva su tradición de costura. En 2015, Paula Holguín, de 46
años, empezó a capacitar a treinta mujeres rarámuris a usar máquinas de coser
en un taller espacioso dentro de Oasis con el respaldo del gobierno estatal de
Chihuahua. El gobierno había terminado de construir el espacio poco tiempo
antes como parte de un proyecto para que esas mujeres tengan cómo conseguir los
ingresos al hacer vestimentas por comisión.
Los hombres rarámuris suelen dejar atrás sus camisas, telas y
sandalias tradicionales cuando van a la ciudad en busca de trabajos en la
construcción, pero es poco común que las mujeres rarámuri intercambien sus
vestidos por los uniformes que requieren ciertos empleadores. “Solo uso
vestidos rarámuris”, aseguró Holguín, quien al igual que miles de mujeres
pretende mantener viva la tradición de vestimenta y también las maneras de
pensar la naturaleza y el cuidado el uno del otro de los rarámuris.
Las mujeres intentan complementar los ingresos de los hombres
con la venta de artesanías y pidiéndoles a las personas en la calle korima —una
palabra que significa reciprocidad— en las esquinas más concurridas en
Chihuahua. Pero de ese modo consiguen poco dinero y se exponen a ellas y a sus
hijos al tráfico vehicular, a ser insultadas y hasta amenazadas.
Holguín ahora dirige su propio taller de costura donde espera
atraer a suficientes clientes para que cada costurera rarámuri pueda ganarse la
vida en un espacio laboral seguro en el que tampoco tiene que sacrificar su
vestimenta típica ni el tiempo que puede pasar con sus hijos.
Holguín antes iba con sus
hijas a vender artesanías, dulces o a pedir korima en las
calles de Chihuahua. “A veces me trataban mal”, contó. “No todos son buena
gente”. Holguín también es una corredora entusiasta, como muchas personas
rarámuris, y en su cocina tiene en exhibición una decena de medallas que ha
ganado en maratones por la sierra (que corre con su vestimenta tradicional).
Está convencida de que las mujeres rarámuris merecen estar orgullosas de su
herencia, lo cual la llevó a pedirle al gobierno su apoyo para el taller y a
impulsar a las mujeres a unirse al emprendimiento.
Sin embargo, conseguir clientes ha sido un gran desafío. Un
proyecto grande, como el pedido que hizo un hospital cercano para dos mil
sábanas, ocupa a las mujeres durante meses. Luego le siguen periodos con poco o
nada de trabajo. Con los ingresos reducidos, las mujeres a veces regresan a las
calles. “Si hay trabajo aquí, no van a la calle. Muchas veces van a la calle a
vender si no hay trabajo”, dijo Holguín.
Aún así ella se mantiene esperanzada de que el taller pueda
proveerles a esas mujeres la oportunidad de ser vistas como costureras con una
variedad de habilidades. Viaja con frecuencia a Ciudad de México para hablar en
foros públicos sobre el taller y su importancia para la cultura rarámuri.
En 2018, cuando el entonces
presidente electo Andrés Manuel López Obrador visitó Chihuahua para reunirse
con funcionarios estatales, Holguín y un grupo pequeño de mujeres rarámuris y
de funcionarios lo recibieron con consignas como: “AMLO, apoya a las costureras
rarámuri”. López Obrador, quien prometió impulsar los derechos indígenas como
parte de su agenda, ignoró la multitud de reporteros para hablar con Holguín y
otras mujeres ráramuris sobre su trabajo como costureras. Pero Holguín afirma
que los funcionarios de alto nivel al final no ofrecieron el respaldo que ella
esperaba. “Nadie nos ayudó, ni el presidente ni el gobernador. Nada más con los
clientes” del taller, indicó. Le da crédito a las mujeres tarahumaras y a los
funcionarios locales que han apoyado sus planes. “Juntos hemos levantado el
taller”.
Frente a la violencia que han padecido las comunidades
indígenas, la asimilación parecería ser el camino al progreso económico, a
estar protegidos y a salvo. Pero para estas mujeres confeccionar y portar sus
vestimentas tradicionales no es algo que pueda negociarse. Hasta las mujeres
rarámuris que crecieron con una influencia más fuerte de la cultura urbana de
Chihuahua, que integran elementos como joyería metálica o collares de plástico,
siguen usando los vestidos tradicionales en su vida diaria y en ocasiones
especiales. Son una marca de identidad y también de protesta.
“Así nacimos y así nos vistieron nuestros papás y mamás”,
enfatizó Holguín. “No se pierden las costumbres”.
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En el Taller de Costura El Oasis, las mujeres
rarámuri hacen prendas que se piden por comisión. |
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Paula Holguin, de 43 años, busca empoderar a las mujeres rarámuri con trabajos de costura. |
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Muchas mujeres rarámuri, como Yulissa, usan sus
vestimentas tradicionales hasta cuando están en la ciudad para denotar su
identidad. |
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Serafina Fuentes Cruz, de 18 años |
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Actividades en Oasis |
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Niñas rarámuri, en el pasado Viernes Santo |
[Fotos: MALIN FEZEHAI - producción: EVE LYONS - fuente: www.nytimes.com]
Felicitaciones Mujeres de rar'amuri Resistencia!!!Identidad Cultural!!!💪💪💪💪💪
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