Idea. En su nuevo libro, Daulte plantea
que la vida casi nunca se ajusta a lo previsto.
Escrito por Verónica
Abdala
Las razones por las que un
exitoso dramaturgo, guionista de TV y director de teatro, como es Javier Daulte
-uno de los referentes de la escena argentina de las últimas dos décadas- puede
llegar a volcarse a la literatura se explican, en su caso, por el deseo de
volver a probarse, en una situación que en cierta medida escapaba a su control:
lo entusiasmó, ante todo, la posibilidad de un nuevo debut, por fuera de los
espacios creativos –los teatros, las salas de ensayos, los sets de televisión-
en los que, desde hace años, se desenvuelve con comodidad.
“Siempre fui un apasionado
de la lectura de Dickens, Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, Thomas Mann,
Stendhal, y lo que me entusiasmó esta vez fue la posibilidad de hacer algo que
nadie esperara de mí, ni siquiera yo mismo. Me di cuenta de que esencialmente soy
un contador de historias, más allá del soporte que utilice, y decidí lanzarme a
esta aventura”, explica él a Clarín.
La escritura de una novela,
le parecía, sin embargo, “una tarea titánica”. Pero de todas formas se animó.
Ahora presenta El circuito escalera
(Alfaguara). “La narrativa -dice, entusiasmado-, es un viaje indagatorio que
emprendo junto a los lectores, y no tengo claro adonde me llevará.”
Estructurada en capítulos breves -titulados, en su mayoría, con los nombres de
los personajes de esta historia-, la novela despliega una trama en parte
representativa de lo que puede ser el cotidiano de una familia argentina
actual: un universo de vínculos desmembrados, en el que todos ocultan secretos.
Y sin embargo, hay amor.
El eje de la trama es Walter,
un exitoso director de teatro y televisión, en pareja con Cristina, exmarido
de Marina, y padre de un adolescente, llamado Martín; que a sus 44 años
enfrenta una crisis vital, y se replantea cómo seguir. Aspira a sostener el
éxito en su profesión pero sin poder aquietar una angustia creciente, que lo
lleva a preguntarse por lo que vendrá.
Algo parecido le ocurre a
su hijo Martín. “La adolescencia y la mediana edad son dos momentos en que uno
puede replantearse todo”, dice el autor. En conjunto, los personajes –entre los
que Daulte incluye a figuras del ambiente artístico con sus nombres reales,
como Darío Grandinetti, Adrián Suar o Gloria Carrá- parecen movidos por
emociones e impulsos que los conducen a situaciones siempre imprevistas para
ellos. “Nos movemos y actuamos siempre en relación con los demás, aunque nos
creamos tan independientes -dice Daulte-. Esa es una de las ideas ejes del
libro. Y el título tiene relación con esto.” El nombre de El circuito escalera refiere a esos mecanismos eléctricos que se
activan desde las dos puntas de una escalera, para encender y apagar la luz:
“Como en esos circuitos de doble comando, los personajes también están
interconectados. Ellos se mueven y responden sus seres queridos, están atentos
a los pasos que ellos van dando. Pero nadie tiene el control de lo que ocurre y
cada uno ve solo una parte del todo. La panorámica completa, en este caso, la
tiene el lector.” En este sentido, la novela puede leerse, además de como una
ficción, como una teoría sobre los vínculos humanos, que Daulte también explora
a partir del trabajo que concreta con actores, en teatro y en televisión: la
realidad se modifica en función del punto de vista, siempre subjetivo. No hay
una única verdad.
- Si toda ficción parte de
una hipótesis, ¿cuál diría que fue la que impulsó esta historia?
- La hipótesis fue que todo
lo que hacemos tiene consecuencias, aunque estas casi nunca se corresponden con
lo que imaginamos, porque nadie ve la escena completa. Podría enunciarse así:
en la vida casi siempre ocurre lo que no previmos y no ocurre aquello que
imaginábamos, y es porque hay otros interactuando, a su vez.
-A pesar de que estos son
personajes con personalidades bien marcadas, la incertidumbre acerca del futuro
los vuelve vulnerables.
- Expongo la fragilidad de
todos ellos, me preocupé por que fuera así. Y cada uno de ellos tiene, a su
vez un secreto, algo que también ve el lector pero que los demás personajes
desconocen. Siempre hay algo que no podemos contar al otro, y eso no nos
convierte en mentirosos ni ocultadores, quizás simplemente nos preserve. Cada
uno tiene alguna parte de su personalidad con la que no sabe comulgar. A su
vez, los demás también tienen secretos, como los tienen los miembros de esta
familia. Eso vuelve misteriosas las relaciones humanas.
-¿Qué aflige a sus
personajes?
-En el caso del
protagonista, la angustiosa certeza de que el universo no tiene ningún
propósito definido para él. Está presente la conciencia de la muerte. El ya ha
logrado parte de lo que alguna vez soñó y se pregunta ¿qué más hay?, ¿cuál es
mi deseo?, ¿la vida tiene algo más, reservado para mí? Es la pregunta por la
felicidad existencial, por ese sentido que buscamos todos, y hay también cierta
conciencia del sinsentido. La especie ya no nos necesita, además, para
reproducirse, pasados los 40 o 50 años, pero nos quedan décadas por delante, y
la vida se extiende cada vez más. Ahí es cuando uno se replantea qué más quiere
para sí, qué nuevos objetivos se propone, por dónde pasa la felicidad.
-¿El personaje protagónico, Walter, puede ser considerado un alter ego suyo?
-Sí, aunque no es una
novela autobiográfica. Un escritor se nutre de sus recuerdos, pero también de
lo que investiga y puede imaginar.
- Él dice: “Toda ficción es
una trampa”, y usted ha dicho que “todo es ficción”. ¿Vivimos representando
roles ficticios? El protagonista parece preguntarse, implícitamente, qué es
engaño y qué es verdad.
- Todo es relato y todo es
ficción. Él dice que todos somos personajes en la vida y quizás sea verdad,
creo que es más fácil pensarnos así que como personas. Yo agregaría que además
somos personajes secundarios en la vida de los demás. Representamos roles, nos
ponemos rótulos, pero a su vez muchas veces desconocemos el propósito de
nuestra vida y hasta lo que deseamos. En el libro aparece esa pregunta y
también la idea de que el sentido está en la proyección a futuro: la vida y el
amor se abren hacia adelante, no terminan en nosotros. Los hijos y los nietos
también nos trascienden.
- El amor aparece asociado,
en esta historia, a la posibilidad de aceptación, más que a una visión
excesivamente romántica o naif.
- El amor es una fuerza
poderosa y muy compleja, ¿quién nos vendió que inevitablemente conduce a un
lugar feliz? Creo que el amor verdadero no es ingenuo, debería permitirnos
compartir a partir de lo que el otro es y amar sus diferencias y sus “defectos”.
Es lo que nos lleva a aceptar que las cosas pueden ser de un modo diferente al
que soñamos. Eso no es resignarse, puede ser amar.
-¿Desde ese punto de vista
se propuso construir a sus personajes desde la aceptación?
-Sí, mi prioridad fue
transmitir la subjetividad de cada uno de ellos: me propuse ver la historia
desde sus respectivos puntos de vista, sin juzgarlos. La vida es despiadada,
pero la novela es piadosa –ríe-. Y una de las ideas fuertes, justamente, es esa:
lo que vemos y sentimos depende del lugar en el que cada uno está situado. Hay
versiones, hay miradas; la verdad no es una sola.
[Foto: Juan Manuel Foglia - fuente:
www.clarin.com]
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