Por Alberto Salcedo Ramos (*)
Qué linda la fiesta es
En un ocho de diciembre
Dije “todos los barranquilleros”, pero en realidad había uno que no podía cantar: Adolfo Echeverría, el compositor de la canción.
Se encontraba en una cama doblegado por el alzheimer. Esa noche estaba tan deprimido que había expresado su deseo de morirse.
Echeverría es autor de canciones importantes como “Amaneciendo”, “Cumbia dentro del mar” y “Perfume de gardenias”. Canciones que él inmortalizó con su orquesta, porque además de compositor era un músico formidable.
Como muchos de sus colegas, Echeverría no pudo –o no supo– hacer rentable su obra. Por eso llegó a viejo en una casa arrendada del barrio Boston. Como debía varias cuotas, tuvo que mudarse a un apartamento más pequeño en Los Andes. Allí –según informa Anastasia Arrieta, su mujer– ya debe dos meses de alquiler.
Cuando aún conservaba la memoria vivía decepcionado porque algunos alcaldes de Barranquilla le prometían vivienda en sus actos públicos, y después, en privado, ni siquiera le pasaban al teléfono.
Al conocer el caso de Echeverría, recordé otras historias tristes de nuestros juglares.
Juan Lara, viejo gaitero de San Jacinto, pedía fiado en la tienda del barrio. Un día debió entregar su casa para saldar la deuda. Entonces varios dirigentes del pueblo le pidieron a Lucho Bermúdez que ofreciera un concierto gratuito en San Jacinto. El producido de la velada serviría para comprarle una nueva casa a Juan Lara. Pero aquella noche el público fue escaso, y la taquilla no alcanzó ni para cubrir el transporte de la orquesta.
Los abanderados de la campaña siguieron buscando donaciones. A los pocos meses le compraron a Juan un rancho de bahareque. El nombre del barrio donde estaba ubicado parecía una burla cruel del destino: El Lloradero. En ese sector ya vivía su hermano José, quien a esas alturas no podía escuchar los lamentos de Juan porque se había quedado sordo.
Los Lara se sentían tan humillados que renunciaron a sus gaitas. Años después de sus muertes, el grupo musical que ayudaron a forjar obtuvo el Premio Grammy. Entonces sus canciones, despreciadas durante tanto tiempo, se pusieron de moda.
¡Ay, si la gente que festeja los clásicos de nuestra música popular supiera cuántas lágrimas le han costado a sus autores!
Armando Zabaleta no podía pagar su tratamiento contra el parkinson; Crescencio Salcedo sobrevivía a salto de matas vendiendo instrumentos por las calles de Medellín; Juancho Polo Valencia dormía sobre el piso en una zona de perdición conocida en Barranquilla como la Calle del Crimen; y Clímaco Sarmiento se ahorcó con el cordón de una máquina de coser cuando se sintió aplastado por las deudas.
Oír nuestra música sin conocer estas historias es como curiosear desde lejos una rueda de fandango: solo se ven luces. Conocer el destino de los músicos, en cambio, es arrimarse al centro del baile, y entender que para que las velas nos iluminen a nosotros, sus portadores deben inmolarse.
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(*) Nacido en Barranquilla (Atlántico), en mayo de 1963, está considerado uno de los mejores periodistas narrativos latinoamericanos y forma parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias.
[Fuente: www.soachailustrada.com]
Infelizmente es asi. Nuestros juglares se desaparecieron en el olvido de las generaciones, en las promesas de muchos que solo querian un momento de diversión y de hacer promoción a custa de las raizes de la cultura autoctona y la cual hoy en dia es patrimonio de la humanidad. Patrimonio? La famosa NUEVA OLA esta dormiendo y gozando em los laureles que la Grande generación de Juglares cultivaron con sudor e lagrimas. Mas respeto a nuestra cultura
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