Por VICENTE LUIS MORAVICENTE LUIS MORA
Ante lo que Dante llamase la cortedad del decir, muchos
autores sienten la necesidad de fabular nuevas lenguas para enriquecer su mundo
o reflejarlo con más propiedad. Podemos recordar los ejercicios de lenguaje
babélico de Eugenio Montejo en Los
cuadernos de Blas Coll, el Finnegans Wake de Joyce,
la neohabla de
Orwell, el jabberwocky de Lewis Carroll, el gíglico del capítulo 68 de la Rayuela cortazariana (que recuerda la imaginería
verbal de Oliverio Girondo), las jitantáforas de Alfonso Reyes, la jerga Nadsat
de La naranja mecánica de
Anthony Burgess, el neoidioma de
algunos personajes del Esperanto de
Fresán, el “enoquiano” de John Dee recordado por Borges, que sería el
lenguaje de los ángeles, o el Zaum transracional de
los poetas futuristas rusos. Nabokov, en Fuego pálido, inventa el
“zemblano”, idioma de la ficcional Zembla, que parece una mezcla de alemán y
sueco, y escribe algunos versos en él: “Ret woren ok spoz on natt ut vett / Eto
est votchez ut mid ik dett”. Otros creadores fueron incluso más allá: la
protagonista demente y cruel de Lilith (1964,
Robert Rossen), protagonizada por Jean Seberg, habla un idioma propio que sólo
entiende ella, y el escritor australiano Robert Dessaix también dice tener un
idioma particular, llamado “K”, porque “deseaba palabras para describir la
realidad. Así que me las inventé” (“The Lenguage of K”, Lingua Franca, 1998). Uno de mis creadores favoritos de lenguas, de quien hablé en Pasadizos, es Stillman,
de La ciudad de cristal (1985)
de Auster. Así justifica su objetivo: “Verá, el mundo
está fragmentado, señor. No sólo hemos perdido nuestro sentido de finalidad,
también hemos perdido el lenguaje con el que poder expresarlo. [...] Estoy en
el proceso de inventar un nuevo lenguaje. [...]que al fin dirá lo que tenemos
que decir. Porque nuestras palabras ya no se corresponden con el mundo. [...] Salgo
todos los días con mi bolsa y recojo objetos que me parecen dignos de
investigación. […] —¿Y qué hace usted con esas cosas? —Les pongo nombre”. / Pero uno de los autores que llegó más
lejos en estos propósitos fue Rusell Hoban, un gran escritor no tan conocido
como debiese, a pesar de que Harold Bloom lo haya recomendado y de que el
citado Burguess llegase a decir de Riddley
Walker (1980): “esto
es lo que la literatura debería ser”. Esta novela está redactada en un dialecto
que, según el propio Hoban, “contiene restos de una cultura perdida y de su
tecnología: las palabras son descompuestas en palabras más pequeñas, y esos
nuevos usos conllevan nuevos significados”. Es el resultado de la degeneración
de la lengua tras un armaggedon nuclear,
en un ambiente primitivo y atávico que no resultará extraño a los lectores de
Rafael Pinedo. Veamos un ejemplo, en la versión de Marisa Pascual y David Cruz:
“lo traje hazia mi tenia la caveça casi arrancada. Savian aualanzado a por sus
partes”. / Crear lenguas o romperlas (Beckett, Hoban, Roussel): el lugar donde
novela y poesía comparten, por una vez, el mismo espacio.
[Fuente: www.elboomeran.com]
Sem comentários:
Enviar um comentário