Los escritores, en un 90% de los casos, nos dedicamos a la encomiable tarea de escribir para seguir siendo civilizados y no provocar ni provocarnos disturbios de carácter social o intrapsíquico
Los que escribimos y publicamos o vendemos nuestros reportajes, novelas o relatos, guiones de cine y poemas, entre otras formas de expresión escrita, somos unas criaturas extrañas que dedican un poco o mucho de su tiempo - eso es variable - a fabricar cadáveres de pensamientos, ideas y sentimientos, emociones y experiencias... en suma, lo que se dice la vida pura y simple antes de ser arrancada de su movimiento eólico; antes de que la amapola pierda su corola y se convierta en un tallo rasgado con tan solo un ojo inquisitivo, desprovisto de toda belleza carmesí y gracia natural.
Hagamos un ejercicio neurótico muy del gusto de los escritores. Preguntémonos por qué escribimos y por qué leemos; por qué vamos al cine o al teatro (seamos sinceros: esto último lo hacemos poquísimo en España) y por qué nos dejamos hipnotizar durante interminables horas por anuncios de artículos de lujo que ya no podemos comprar o por la última ganga de una gran superficie (completamente prescindible) que nos crea una comezón consumista, ante el altar central de nuestros impolutos "comedores": la pantalla de plasma.
Mi respuesta a la pregunta formulada anteriormente es muy simple: el 90% de las veces realizamos actividades "creativas", como escribir, o nos dejamos hipnotizar pasivamente por un bombardeo de imágenes, que pueden llevar a nuestros cerebros a un rango de actividad que oscila entre la catalepsia y el paroxismo del epiléptico, porque somos bestias domesticadas que necesitan su dosis de distracción y una vida anodina y organizada que asegure el orden público.
No veo diferencia entre correr una maratón y darse un festín bulímico de pasteles (hasta la gula tiene ahora nomenclatura médica. No la veo porque no la hay. Ambos excesos buscan esa dosis cada vez más exigua de bienestar interior, de sentimiento de plenitud y alegría. También aquí la ciencia nos hace la pascua con sus tecnicismos. La sociedad pierde su poesía en el hablar cotidiano por términos como endorfinas, que nos hacen sentir un poco menos estúpidos.
Lo mismo ocurre con el arte, la escritura o la lectura, por ejemplo. Mientras realizamos estas actividades, por unos breves momentos, olvidamos que vivimos en un mundo que nunca hemos controlado pero que, en el pasado, al menos, estaba más claro quién era el tirano y quién el pobre diablo. Ahora todo se maquilla con ese lenguaje oscurantista que otorga de una suerte de extraña vida propia a los mercados. De esta forma, se diluyen las responsabilidades personales de los grandes males de nuestra sociedad; se solapan y disfrazan realidades aterradoras por impúdicamente injustas.
Sinceramente creo que escribimos o hacemos cualquier otra cosa baladí para no acabar locos, agrediendo a diestro y "siniestro" - como nuestro porvenir-- o bien pegándonos un tiro a nosotros mismos. Es sabido que elsuicidio es la primera causa de muerte violenta en nuestro maltrecho país.
Ahora, ya terminado mi artículo, con la chimenea de mis pulsiones homicidas deshollinada, respiro plácidamente y sonrío con alivio. Puede que el mundo se vaya al infierno en este mismo instante, pero eso a mí, durante el transcurso de unas horas, ya no me afectará.
Por Mj Rodríguez Martínez
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