Por Wilfredo Ardito Vega
Ayer martes, durante la presentación del Manual para el Empleo del Quechua Chanka en la Administración de Justicia, señalé que, por fin, el Estado peruano enfrentaba la deuda social que tenía hacia millones de quechuahablantes.
Desde la Independencia, la decisión estatal fue asumir solamente el
castellano como lengua oficial. Ninguna norma era traducida, aunque,
paradójicamente, los indígenas estaban obligados a cumplirlas. De
esta manera, se incumplía la premisa fundamental para un Estado de
Derecho: que los ciudadanos puedan conocer las leyes.
Muchos criollos no percibían a los indígenas como ciudadanos y, en
todo caso, pensaban que los idiomas indígenas estaban condenados a
desaparecer, pero casi doscientos años después, la población que habla
idiomas indígenas es muy superior al total de la población peruana de
aquel entonces.
Durante este tiempo, el monolingüismo estatal ha mantenido a millones de peruanos en condición de subordinación, sin acceder a derechos fundamentales
y ha causado serios problemas de gobernabilidad, porque al menos una
gobernabilidad democrática debe implicar precisamente la atención de
las diferencias lingüísticas por parte del Estado.
Hasta el momento, los únicos integrantes del Poder Judicial
obligados a hablar los idiomas indígenas son los Jueces de Paz, lo cual
implica que solamente en aquellas materias que son de su competencia
las personas que no hablan castellano pueden expresarse en su idioma.
Las experiencias históricas de otros países plurilingües, como
España, Canadá o Bélgica, muestran que cuando el Estado solamente habla
el idioma de un sector de la población, se convierte en un instrumento
de dominación para el resto, por lo que es fundamental que la diversidad
lingüística sea reflejada en la administración estatal.
De acuerdo a nuestra experiencia, efectivamente existen jueces,
fiscales, policías y funcionarios de menor jerarquía que conocen el
quechua o aymara, pero no necesariamente son asignados a las zonas donde
éstos se hablan. Algunos de ellos se sienten bloqueados al hablar
quechua, porque temen equivocarse y prefieren sentirse más seguros
hablando en castellano (“no lo hablo, solamente lo entiendo”, es una
expresión muy común).
No existe un solo intérprete oficial en las sedes del Ministerio
Público, el Poder Judicial o las comisarías. De esta forma, muchos
procesos judiciales deberían ser considerados nulos, porque las partes
no tienen la posibilidad de comprenderlos. Las traducciones son
realizadas de manera improvisada por personas que normalmente desconocen
los términos jurídicos, como un empleado de limpieza o una persona que
se encuentran circunstancialmente en la Corte. Muchas veces, la falta
de manejo de un tiempo verbal o
de una expresión pronominal puede generar una total distorsión en la
respuesta. Además, las traducciones se realizan solamente para que
los magistrados puedan comprender a las personas que declaran. No se
piensa que es fundamental para un acusado comprender las declaraciones
de los demás participantes.
Hace un año, con Gavina Córdova, dimos el primer paso para revertir
esta situación, al elaborar el Manual para el Uso del Quechua en las
Comisarías, dentro del proyecto interdisciplinario que teníamos en la
PUCP. El Manual fue repartido a más de 4.000 policías en diferentes
regiones (casi todo el reparto lo tuve que hacer personalmente, para
evitar que el material quedara entrampado en la burocracia estatal). La
iniciativa llamó la atención de los funcionarios del Viceministerio de
Interculturalidad, quienes me propusieron trabajar el tema con la
administración de justicia.
Como hace casi veinte años ocurrió con un material similar que
elaboré en Guatemala con el idioma q’eqchi’, busqué consultar a
diferentes hablantes de quechua para debatir entre todos la mejor forma
de decir cada expresión. Se trató de un trabajo largo y paciente, pero
se hizo llevadero gracias a Clodomiro Landeo, Juan Galiano, Eber
Llaqtarimay, Cynthia Palomino y Apolinario Saldívar.
El Manual de Quechua Chanka para la Administración de Justicia, presentado ayer en el Ministerio de Cultura, no solamente desarrolla
temas como la violencia familiar, el juicio de alimentos, el bullying en
los colegios, sino que contiene una sección de índole procesal para
orientar a quien es parte de un juicio penal, sea como imputado, como
testigo o como víctima. Debo decir, sin embargo, que un valor
adicional de este Manual no tiene carácter jurídico: es la primera
sección, en la que se busca sensibilizar al funcionario sobre el trato a
los quechuahablantes, dando información sobre las expresiones más
respetuosas y cordiales que se pueden usar. Nuevamente, fue con los
fiscales de Guatemala que comprendí que no solamente debe darse
información lingüística, sino prevenir la discriminación.
En la presentación, la Viceministra de Interculturalidad, Patricia
Balbuena, anunció que pronto habrá otros Manuales en awajún y quechua del
Cusco.
Si hace cinco años me hubieran dicho que participaría en la redacción de
dos Manuales de Quechua, uno para la Policía y otro para el Poder
Judicial, no lo hubiera creído… pero es verdad y a todos los peruanos
nos debe alegrar.
[Fuente: www.reflexionesperuanas.lamula.pe]
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