terça-feira, 9 de julho de 2013

Las lenguas españolas y las dos Españas

Ayer reviví ante la tele, viendo la tertulia de Carlos Fuentes en Intereconomía, una escena muy parecida a la vivida por mí mismo, en los primeros 80, estando en cama, enfermo de ciática, escuchando La Barraca, programa excelente de RNE dirigido por Manolo Ferreras.

Por Àngel Fabregat i Pitarch

Por primera vez, mientras alternaba la radio con la lectura de La Guerra del Fin del Mundo, de Mario Vargas Llosa, escuché hablar bien, documentadamente, con simpatía hacia nuestra lengua, nuestras costumbres, nuestras virtudes y defectos de valencianos, en un programa de RNE de repercusión en toda la nación española, escuchado en todo el territorio nacional. Me emocionó tanto (siempre me había sentido maltratado como español valenciano, como tantos otros valencianos y muchos más catalanes, nuestros hermanos de lengua) ser bien tratado en castellano o español por nuestros conciudadanos españoles de la otra lengua románica española, la más difundida y universal (si nuestra lengua es hermana de la que hablan los catalanes o mallorquines, menorquines e ibicencos, ambas son primas hermanas -todas románicas- del castellano y del gallego o portugués) que llamé para agradecer a Manolo Ferreras aquel brillante, equilibrado y justo programa radiofónico sobre Valencia y los valencianos de todo el País Valenciano o Reino de Valencia. Me admitió en antena y pude decir dos frases de agradecimiento en mi lengua materna, habitualmente tan maltratada en España: hay más universidades donde se estudie nuestra lengua, -bajo la denominación de Lengua Catalana, cosa que a muchos valencianos les suele disgustar-, en muchas naciones del mundo que en España; aunque también es cierto que muy pocos españoles saben que uno de los más grandes defensores de nuestra novela "primigenia", Tirant lo Blanc, es el citado autor hispano-peruano Vargas Llosa y el mejor conocedor actual del Quijote -la novela de las novelas españolas, en la que se salva de la quema el Tirant, Tirante el Blanco- es el catalán Martí de Riquer. Con los debidos permisos ("Se entiende todo; pero si algo no nos queda claro, ya te pediremos la traducción", me dijo Manolo para animarme a hablar en valenciano), dije las frases en valenciano, emocionado.

El primer oyente que intervino fue para descalificarme por maleducado, por hablar en valenciano en un programa de RNE para toda España. La siguiente en intervenir me defendió diciendo que "ya estaba bien de que demasiados españoles creyesen que en España, para ser buen español, había que hablar sólo y siempre castellano; que las otras lenguas, como la mía, también eran españolas e igualmente respetables". Ayer, en el programa de Carlos Fuentes se volvieron a dar los mismos argumentos, las mismas descalificaciones, idénticas violencias verbales, iguales visceralidades e incomprensiones. Lamenté que en más de 30 años no hayamos avanzado casi nada. Estuve de acuerdo con los dos extremos de la mesa (la más catalanista, Miguel Jiménez; la más españolista, José Miguel Villarroya), porque creo que eran ambas compatibles, si cada uno se ponía de verdad en el lugar del otro.

Estuve también de acuerdo con los más centrados, Ricardo o Ricard Fdez Déu y Ramoncín, cuyos intentos de concordia suelen ser rechazados por muchos extremistas, con la excusa de que, también ellos, a veces, hacen pequeñas trampas en sus argumentaciones brillantes y de alto nivel de honestidad intelectual: hay en ellos también, a veces, cierta visceralidad o cobardía inconsciente e inconfesada, cierto "progresismo de salón", cierto "antifranquismo sobrevenido", fruto más bien de posibles tergiversaciones de la verdadera historia de la República, del Alzamiento Nacional de Franco, sobre los crímenes de ambos bandos, sobre los martirios de unos, que perdonaban, y las venganzas, de otros, que asesinaban por motivos personales más que ideológicos. Buenos y malos, criminales y santos hubo en los dos bandos. Nuestro pecado colectivo es mirar más a los que hicieron mal en ambos lados, que a los que fueron íntegros y heroicos, también en ambos. La única diferencia, favorable hacia la situación de las dos Españas a principios de los 80, en mi opinión mejor que la de ahora, es que entonces había más ilusión en todos (al margen de ideologías), más deseos de concordia en todos, más esperanza de conocer y practicar la Constitución recién aprobada por la mayoría de los ciudadanos de toda España. En las escuelas de muchos pueblos en 1982, en plena euforia socialista (202 diputados) se repartieron a todos los alumnos de EGB la Constitución Española de 1987. Recuerdo que en mi colegio, el alcalde socialista, Vicente García Pascual y todos los concejales (del resto de partidos: UCD, PC...) pasaron clase por clase repartiendo un ejemplar a cada alumno. Cada ejemplar, naturalmente, venía en las dos lenguas oficiales de nuestra Comunidad (entonces aún la llamábamos País Valencià o Antic Regne de València).

Creo sinceramente que en España hay separatistas y separadores. Son separatistas o separadores los que hacen trampas con su historia, falseando hechos e intenciones. Ni Rafael Casanova fue independentista, ni aquella guerra fue de secesión, porque fue de sucesión al Reino de España (de las Españas); ni la unidad uniformada de los borbones tenía nada que ver con la unidad quasi-confederada de los austrias, cuyo imperio (Las Españas) se estructuró sobre el modelo de la Corona de Aragón y los Reyes Católicos, en que las lenguas de cada reino eran oficiales, igualmente respetadas, con un uso amplio del latín en la Iglesia y las Universidades y con respeto (obligada la evangelización a sus lenguas) a todas las lenguas, incluso las de los indios conquistados, respetados y evangelizados en sus lenguas aborígenes, que se conservan, como se conservan las razas originales y se evidencian los mestizajes. Con las teorías lingüísticas de Federico J. Losantos, Abc Y El Mundo es muy difícil que los nacionalistas periféricos, no separatistas pero defensores de  "lo suyo" puedan sentirse cómodos. 

[Fuente: www.diariocriticocv.com]

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