segunda-feira, 26 de setembro de 2016

Rodéate de gente que disfruta fácilmente (incluso de las modas)

Qué puta pasada disfrutar haciendo cosas. Foto: Beth Scupham (CC)
                                                                               Qué puta pasada disfrutar haciendo cosas. 

Publicado por Kiko Llaneras
Aunque es frecuente criticar las modas arbitrarias —como el vermú, la nostalgia o las bicis sin cambio—, yo creo que disfrutar de «tonterías» es una enorme virtud.
Pensemos en el verano. Criticamos a la gente por leer el nuevo de Millenium, por viajar a Benidorm, o por compartir fotos de gin-tonics con cardamomo. Criticamos a los tipos de treinta que deciden hacerse runners y a las chicas que se disfrazan de tenista para jugar un día al pádel. Incluso he visto criticar a esos turistas que recorren Madrid con un telescopio de hacerse selfies, que efectivamente van haciendo el ridículo, pero muertos de risa.
En realidad, estas personas han intuido una verdad primigenia: que a la vida se viene a pasar el rato. Y si uno acepta esa premisa, aunque sea un poco, entonces disfrutar de cosas intrascendentes es una virtud. Porque esas son las cosas que tenemos más a mano: ciertos paisajes, ciertas personas, algunos libros y algunas habitaciones, que decía James Salter. Por eso me gustan las personas que disfrutan de tonterías y hasta de las modas, sacando fotos del atardecer o leyendo revistas con textos muy largos.
En esencia, me gusta la gente que disfruta fácilmente.
Me gustan los fanáticos del vermú, incluso si antes nunca lo bebían y ahora resulta que sí.
Me gustan las chicas que viajan con una lista de «Las diez cosas que ver en Nueva York» y disfrutan íntimamente de ir tachando hasta dejar la ciudad como el planeta de los simios.
Me gustan los optimistas, como aquel amigo que los días nublados sale de casa sin paraguas porque quizás no llueva.
Me gustan los perseguidores de casualidades. Esas personas que al conocerte buscan a alguien que podáis conocer los dos. Si eres de Valencia, te informan de que conocen a un tipo de allí; si eres ingeniero, te dicen que su hermana también y que es rubia y se llama Ana y mide más o menos así —y entonces levantan la mano a media altura—. Son personas dedicadas a encontrar los lazos invisibles que nos unen. Que nunca desfallecen aunque casi nunca tienen éxito. Pero los rarísimos días en que descubren una conexión dan un saltito y les brillan los ojos. Felices.
Me gusta la gente de fútbol porque es intrascendente y por eso disfrutarlo es puro genio. Ya lo resumió Jabois: «Hay pocas cosas más felices y divertidas que ser madridista. Yo no las conozco».
Me gusta mi hermano porque cuando le preguntas si quiere desayunar te dice que quiere palomitas.
Me gustan las personas del poema de Borges:
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Me gusta la gente que odiaba cortar el césped y se ha apuntado a un huerto urbano, los que van dos veces a ver la misma película, quienes escuchan Interstellar pensando en el espacio y quienes escriben con estilográficas de distintos colores, siguiendo unas reglas arbitrarias pero muy importantes.
* * *
Lo diré otra vez: disfrutar fácilmente me parece una virtud y por eso respeto las modas. Y no me importa si son mainstream o hipster. Si alguien es feliz yendo de despedida a Ibiza, memorizando a Melville, leyendo El capital de Piketty o poniendo frases de azucarillo en su Facebook, todo me parece bien.
Lo extraño es lo contrario: pretender juzgar los pasatiempos ajenos. Y es que que el día menos pensado se te aparece alguien diciendo: «Oiga, disfruta usted mal», y a ver cómo le explicas que su opinión al respecto no importa en lo más mínimo.

[Foto: Beth Scupham (CC) - fuente: www.jotdown.es]

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